4 artistas que nunca existieron
Estos 4 artistas nunca existieron. Aún así recibieron excelentes críticas por su trabajo.
Nat Tate
En los años 50 habitó en Nueva York un misterioso pintor expresionista abstracto: Nat Tate (1928–1960), el perfecto y romántico ejemplo de artista bohemio, alcohólico, suicida e inseguro, que acabó destuyendo la mayoría de su obra antes de destruirse él.
Según su biógrafo, Nathwell “Nat” Tate fue una figura muy respetada en la escuela de Nueva York, un artista de culto que influyó en sus contemporáneos (Pollock, Rothko…) pero que fue prácticamente desconocido para el público en general.
Un motivo recurrente en las obras de Tate fue pintar puentes, una temática al parecer inspirada en las poesías de Hart Crane.
Como suele pasar con los genios inseguros e incomprendidos, a finales de su vida Tate era ya alcohólico intratable. Después de un viaje a Europa en 1959, donde conoció a Braque, se sintió abrumado por la calidad del arte que vio allí y al volver a casa se sintió un estafador y decidió destruir toda su obra (lo consiguió con cerca del 99% de su trabajo).
Emulando la muerte de Hart Crane, Tate acabó suicidándose convencido de ser un estafador el 12 de enero de 1960, saltando del ferry de Staten Island.
¿Una historia desgarradora, verdad…?
Pues es mentira. Todo surge como una broma hecha libro, una biografía ficticia del escritor William Boyd.
Boyd se inventó a este artista atormentado para reírse un poco de la impostura del arte contemporáneo actual, en especial los artistas que veía que estaban triunfando en el Reino Unido, los llamados YBAs o Young British Artists, unos tipos con más éxito que talento, (si exceptuamos el talento mercantil).
Algunas de las pinturas que aparecen en el libro fueron pintadas por el propio Boyd, y el escritor contó con cómplices para llevar el engaño lo más lejos posible. Gente “de fiar” como Bowie, coleccionista y filántropo, o Gore Vidal que escribió unas líneas en la solapa del libro para legitimar la broma.
Las fotografías de Nat Tate que aparecen en la “biografía” (como la que tenéis arriba) son de desconocidos de la propia colección fotográfica de Boyd.
El fraude llegó a su nivel más surrealista en 2011, cuando una pintura de Nat Tate titulada Puente no. 114 fue subastada en Sotheby’s por £ 7,250, muy por encima del precio de salida.
Jusep Torres Campalans
Jusep Torres Campalans (1886–1957) fue el tercer pintor cubista en importancia, junto a Braque y Picasso. Hijo de payeses catalanes, emigra a París en plena época de las vanguardias y entabla amistad con artistas como Pablo Picasso, Amedeo Modigliani o Piet Mondrian.
Max Aub también estuvo en contacto con el pintor, y de hecho es él la principal fuente para conocer su vida, ya que escribió una biografía del artista después de conocerlo en su exilio en Chiapas.
Descrito “Catalanista hasta las cachas” y “anarquista antiburgués”, además de ferviente católico, Aub cuenta que Campalans vestía como un obrero y siempre iba con el mismo traje gastado de pana y un perpetuo jersey de cuello alto.
Juerguista hasta el amanecer, vivió de lleno la noche parisina de vanguardias juntos a sus muchos amigos, aunque se sabe que despreciaba ante todo a Juan Gris, quizás por ser su principal competencia en el puesto de tercer cubista.
Con Picasso vivió una intensa amistad que se remontaba a los años barceloneses del pintor. En esa época Jusep le confesó al pintor que sólo había visto mujeres desnudas en fotografías. Picasso lo invitó en Barcelona a una “burdel de la calle de Avinyó”, convirtiéndose en su patrocinador sexual y futuro mentor artístico.
Fruto de esa amistad quedaron para la historia varios retratos de su amigo.
Campalans pinta durante ocho intensos años en ese París efervescente, pero abandona de pronto y sin motivo aparente el arte (coincide todo con el estallido de la Gran Guerra). Se sugiere que se hizo consciente de que nunca tendría el genio al que aspiraba y decide extraviarse en las montañas de Chiapas, Mexico, donde acaba sus días aislado.
Personalidades de las vanguardias, documentos y catálogos acreditaron la existencia del misterioso artista. Gentes como Guillaume Apollinaire, Gertrude Stein o Max Aub dieron fe de que Campanals no sólo existió, sino que pudo ser fundamental para el proceso de creación de las primeras obras cubistas.
Pero en 1958 se descubre que Torres Campalans era en realidad un engaño. El propio Aub explica que su novela, pese a que parecía una biografía real (testimonios, fotografías -la de arriba es un fotomontaje-, reproducciones de sus obras…), era básicamente una broma.
Aún así, el libro de Max Aub se considera hoy en día un valioso testimonio sobre los movimientos de vanguardia.
Pierre Brassau
En febrero de 1964 aparecen en una exposición en Gotemburgo, Suecia cuatro pinturas de un artista previamente desconocido de las vanguardias francesas llamado Pierre Brassau.
Todo el mundo quedó embelesado al ver las creaciones del pintor. Los críticos de arte lo encumbraron, los periodistas cubrieron la noticia en primera plana, los estudiantes de arte lo admiraron… El reconocido crítico Rolf Anderberg dijo esto de la obra del enigmático artista:
Mientras que la mayoría de piezas eran “pesadas”, la obra de Brassau no. Pierre Brassau pinta con trazos potentes bajo una determinación muy clara. Sus pinceladas se tuercen con una meticulosidad furiosa. Pierre es un artista cuyas piezas se llevan a cabo con la delicadeza de una bailarina de ballet…
Rolf Anderberg
Los trazos de Brassau eran en efecto espontáneos, frescos, potentes, furiosos… como pintados con una determinación muy clara.
Lo que ni la gente ni la crítica sabían era que Brassau no se llamaba Pierre, en realidad se llamaba Peter… y era un chimpancé.
Todo fue una gran broma del periodista Ake Axelsson, que sólo quería poner a prueba la fiabilidad de los críticos de arte. ¿Sería capaz un sesudo crítico de distinguir entre arte moderno y el arte realizado por un mono…? La respuesta quedó aclarada.
Axelsson visitó un zoo y convenció al cuidador de Peter para pasarle pinceles y óleos. El chimpancé se tragó algunas pinturas (especialmente el azul cobalto), pero con el tiempo empezó a pintar los lienzos con “agradables manchas”, muchas de las cuales en ese azul cobalto que tanto le había gustado.
Cuando se descubrió el pastel, el afamado crítico Rolf Anderberg se mantuvo en su idea, aunque nadie volvió a tomárselo demasiado en serio. Peter volvió al zoo y la performance pasó a la historia como una de las grandes bofetada al mundo del arte.
Joachim-Raphaël Boronali
Este pintor futurista genovés, fue el impulsor y el único representante del llamado Excesivismo, un breve movimiento de vanguardia de 1910. Tan breve que sólo duró unos días.
Boronali frecuentaba el mítico cabaret parisino de Lapin Agile en Montmatre, y de él sólo sabemos dos cosas: que escribió el manifiesto excesivista, una escuela pictórica más radical que el futurismo que abogaba por “destruir los museos y pisotear las infames rutinas”; y que pintó un cuadro expuesto en el cabaret frecuentado por los más excelsos intelectuales y artistas de Europa.
El cuadro era extraordinario. Lo nunca visto en 1910. Y con un título de lo más poético y evocador: “Et le soleil s’endormit sur l’Adriatique (Y el sol se durmió en el Adriático)”. París se revolucionó y todo el mundo empezó a hablar de ese cuadro venido del futuro y de su misterioso autor.
Con tanto éxito, la obra se acabó colgando en el Salón de los Independientes de París, junto a cuadros de Matisse y de Rousseau. La crítica más prestigiosa calificó a la pintura de ejemplo de “perspectivas insólitas”, “empastes geniales” y “sentido trascendente del color”. Se llegó a vender por la friolera de 400 francos. Artistas como Modigliani no vieron en su vida tanto dinero.
Había llegado el momento de conocer al escurridizo artista italiano. Y cuando todo el mundo estaba en ascuas, saltó a la palestra el periodista Roland Dorgelès, que explicó la broma. Una mañana se podía leer este titular en primera plana de Le Matin: “Un asno por jefe de escuela”.
Junto al pintor Pierre Girieud, el crítico André Warnod y el dueño del cabaret, Frédéric Gerard (además de un notario para documentarlo todo), llenaron unos cubos con los colores azul, verde, amarillo y rojo y le llevaron las pinturas al burro de Gerard, llamado Lolo.
Con un pincel atado a la cola y recompensado con dos de sus manjares preferidos (zanahorias y tabaco), el burro movía la cola y parió la obra maestra que todos estaban admirando. Fijaos en la fotografía de arriba.
Cuando Dorgelês y sus compinches publicaron la nota en el periódico diciendo que Boronali era en realidad un burro, un crítico de arte les amenazó con un pleito por insultar a un artista tan excelso. Para eso servía el notario, que dio fe de la farsa.
Lo que Dorgelês pretendía era dejar al mundo del arte en evidencia. Si algo como el cubismo estaba triunfando, París iba a saber lo que era una auténtica vanguardia.
Aún así, a pesar de descubrirse el montaje, el cuadro siguió su vida propia y se sabe que su último comprador lo llegó a asegurar en 5 millones de francos.
Así es el mundo del arte. Una burrada.