Cau Ferrat
El latido eterno de Rusiñol
Lo bueno de las acciones sin intención es que te sorprenden infinitamente, te seducen, te atrapan y, normalmente, permanecen dentro de una manera inevitable e indeleble. Eso es lo que pasa cuando se aterriza accidentalmente en Cau Ferrat, uno de los Museos de Sitges (Barcelona), mejor dicho, El Museo.
Atravesar ese dintel es sumergirse en el universo paralelo de la casa-taller de Santiago Rusiñol, el artista que revolucionó el pueblo para siempre. A finales del XIX, Rusiñol iluminaría Sitges más de lo que ya lo hacían su sol y su mar y lo sumergiría en su galaxia de creatividad arrolladora. Con él llegaría la modernidad para quedarse y evolucionar en todas sus formas.
El universo Rusiñol hizo de Sitges el epicentro del modernismo y del Cau Ferrat, su templo. Por si fuera poco, no limitaría su genio a un grupo privilegiado: lo mismo dejaba boquiabiertos a los vecinos organizando performances que con procesiones pictóricas por sus calles. Poco a poco, iría calando en un pueblo seguramente estupefacto ante sus excentricidades, gratamente recibidas, dando así un giro vertiginoso en la tranquila vida local.
¿Por qué Sitges?
El Sitges de entonces era un pueblo blanco, paisaje de mar y viñas, con más emigrantes en Cuba que habitantes. Su ubicación y su genuina belleza han sido el leitmotiv de su evolución, unida a las artes desde que un grupo de artistas, cautivados por su luz, formaron la Escuela Luminista. La incontenible curiosidad de Rusiñol le llevaría a una primera estancia en el pueblo en 1891, congeniando de inmediato con este grupo de pintores y con la calidez de su gente.
Sitges suponía un hábitat totalmente diverso a su Barcelona natal, donde la industrialización degeneraba ya la vida cotidiana, en permanente conflicto social. Entonces decidirá buscar refugio en este paraíso terrestre y comprar una casa de pescadores al borde del mar para habilitarla como taller. Con él, el pueblo se va convirtiendo en escenario de manifestaciones culturales de toda índole que lo transforman en un hervidero de artistas rendidos al esplendor de su belleza y a los encantos hedonistas que su maestro de ceremonias, Rusiñol, les brinda en el Cau Ferrat.
Original viene de origen
«El Cau Ferrat nació hace algunos años en Barcelona, en una reunión de artistas. Rusiñol era muy aficionado a coleccionar hierros viejos y los amigos nombraron al pequeño cónclave Cau Ferrat, madriguera de hierro, caverna férrea, o algo por el estilo, pues con entera exactitud el nombre es intraducible por el sabor arcaico que en catalán tiene.»
Ganivet, 1897
Efectivamente, el Cau Ferrat no nace en Sitges, sino en un taller que el pintor compartía con su amigo el escultor Enric Clarasó en Barcelona, donde albergaban la colección de forja que Rusiñol había ido adquiriendo desde muy joven. En septiembre de 1893 la colección partió para Sitges, al taller que Rusiñol rehabilitaría como abrigo de artes, genios y talentos, como madriguera de artistas, como refugio para sus hierros, en definitiva, al auténtico CAU FERRAT.
Muchos artistas se habían hecho expertos en antigüedades, acumulándolas en sus talleres a fin de crear ambientes donde sumergir a sus modelos y luego pintarlas. El taller del maestro de Rusiñol, el pintor Tomás Moragas, era un sitio así. Pero Rusiñol no coleccionaba con este afán, sino por fervor a la obra artesanal, manual y anónima; por la necesidad de recuperar las formas primigenias en oposición a la producción fabril, que tanto aborrecía.
Espíritus como el de Rusiñol reivindicaron la originalidad en su esencia etimológica, la búsqueda del origen como semilla de lo moderno, por eso encontraron su inspiración en artes populares como la forja o la cerámica. Así volverían los nostálgicos gustos medievales por arcos ojivales, capiteles pétreos, hierro forjado, vitrales, arrimadores cerámicos, etc.que se acabarían incluyendo en la restauración del Cau Ferrat.
Cau Ferrat en la llama
Antes de que la taberna de los Cuatro Gatos se convirtiera en el centro neurálgico del modernismo en Barcelona, Santiago Rusiñol ya estaba liándola en su sala de juegos particular en Sitges, en el escenario donde daría rienda suelta a su creatividad, en el laboratorio haría reaccionar la teoría y la praxis del arte total.
Cau Ferrat es el reflejo de las inquietudes de su creador. En fondo y forma, colección y construcción son un todo indivisible, pero también una constante fuente de vivencias artísticas protagonizadas por todo el que allí recalaba atraído por su brillo incesante. Experiencias que marcarían para siempre a esta villa costera como una de las capitales de la cultura catalana durante la última década del XIX.
Memorables fueron las Fiestas Modernistas, cinco eventos culturales que resultarían las manifestaciones estéticas más exultantes de la época: danzas, procesiones de arte, estrenos de ópera y teatro, certámenes poéticos, exposiciones… Un sinfín de artistas e intelectuales arribaban a Sitges atraídos por el Cau Ferrat, tanto por su anfitrión como por su colección: Joan Maragall, Rubén Darío, Puig i Cadafalch, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Víctor Balaguer, Ángel Guimerà, o políticos como Bartomeu Robert o el Borbón, Alfonso XIII.
Porque… ¿quién se habría querido perder la cara de los vecinos la noche en que a esta panda de modernos se les ocurrió organizar una danza sobre el mar? Justo frente al Cau, una bailarina —iluminada con focos de colores, en una plataforma anclada sobre el mar— fluía con el agua al son de la música, bajo la atónita mirada de un montón de gente que se acercó allí con sus barcas mientras otros, desde tierra, admiraban fascinados el espectáculo.
La capacidad creativa de Rusiñol era poliédrica: la pintura y el dibujo son las caras más conocidas pero también la dramaturgia y la poesía. Su melomanía hizo de Cau Ferrat un espacio para la experimentación de la música y la danza gracias a amigos y visitantes ilustres como Enric Morera, Isaac Albéniz o Enric Granados. Su peculiar aura inspiraría a Manuel de Falla para componer allí buena parte de sus Noches en los Jardines de España.
Del furor de las musas al museo
Pintura, dibujo, escultura, forja, cerámica, vidrio y gran parte de la producción de Rusiñol componen un conjunto artístico único e inseparable del Cau Ferrat, la mejor materialización del carácter total y libre del arte que tanto reinvindicó su alma mater.
Muchos fueron los colegas, amigos y compañeros de correrías que allí dejaron huella: Ramon Casas, Miquel Utrillo, Pablo Picasso, Ignacio Zuloaga, Isidre Nonell, H. Anglada Camarasa o Pau Gargallo, entre tantos otros. El legado artístico de todos ellos configura la amada colección de arte moderno de Rusiñol que acabaría de perfilar Cau Ferrat como la meca del modernismo.
La colección de arte ya llegara a su culmen con dos obras del Greco, Las lágrimas de San Pedro y la Magdalena penitente, adquiridas en París y que, con motivo de la inauguración del Cau Ferrat en 1893, para deleite del pueblo, fueron paseadas a hombros de artistas por las calles de Sitges. Durante esta década y la siguiente va conformando la colección de cerámica española, con piezas entre los siglos XVI y XIX, y en 1902 se hace con una enorme colección de vidrio antiguo y moderno.
El nuevo siglo le hace cambiar de aires debido a un estado de salud decadente por su adicción a la morfina, por lo que se va a desintoxicar a París y, a partir de entonces, Sitges dejará de ser su residencia habitual. Aún así, su arte continuaría al alcance de todo aquel que lo deseara en Cau Ferrat, pero como es de suponer, el ambientillo desaparece con el artista que, posteriormente, apenas hará allí pequeñas estadías.
Con todo, la pasión coleccionista de Rusiñol no decae y en 1912 introduce la colección arqueológica de época púnica y fenicia, procedente de unas campañas de excavación en la isla de Ibiza que él mismo había promovido.
Defensor a ultranza de los museos como «necesidad urgente», él había forjado el suyo depositando en cada pieza una ilusión y un retazo de vida. Desde sus comienzos, el valor de su colección era tan evidente que fue destino de especialistas, curiosos intelectuales y artistas ilustres. Las tarjetas postales del Cau Ferrat, que ya circulaban en la segunda década del XX, daban fe de la repercusión cultural y consideración artística que tenía como museo.
Genio y figura hasta la sepultura, como sorpresa final, legó Cau Ferrat y sus colecciones al ayuntamiento sitgetano para disfrute de sus estimados vecinos. A pesar de que el consistorio de entonces tendría serios problemas para asumir un legado muy por encima de sus posibilidades, en 1933 abre sus puertas al público el Museo del Cau Ferrat.
Cultura Eterna
Toda la atmósfera de modernidad del Cau Ferrat que el pintor y sus colegas supieron proyectar a la sociedad, sellaría un amor recíproco entre el pintor y la villa, que permaneció más allá de su persona y de su tiempo.
Su aura campechana, indomable personalidad y desparrame creativo lo hicieron objeto de adoración del pueblo sitgetano. Tanto es así que, al sorprenderle la muerte en Aranjuez en junio de 1931, su cuerpo era trasladado en tren hasta a Barcelona cuando la gente en Sitges hizo parar la máquina para llenar su vagón de flores.
El sector femenino iría más allá y honraría desde entonces su memoria con flores frescas iluminando algún retrato del pintor en Cau Ferrat. La asociación del Ramo todo el año, la componen en la actualidad 422 mujeres que rotativamente envían un ramo de flores para rendir homenaje interrumpido al hijo adoptivo de Sitges.
A día de hoy el Consorcio de Patrimonio de Sitges puede presumir de haber dado buena cuenta del legado del creador y de su espíritu al integrarlo socialmente dentro de las políticas culturales locales, siendo además una pieza clave en el desarrollo educativo, económico y turístico de Sitges.
«… Rusiñol es un altísimo espíritu, pintor, escritor, escultor, cuya vida ideológica es de lo más interesante y hermosa, y cuya existencia personal es en extremo simpática (…) Por él se acaba de levantar al Greco una estatua en Sitges; ejemplo vivo que el ser artista no está en mimar una bohemia de cabellos largos y ropas descuidadas y consumir bocks de cerveza y litros de ajenjo en los cafés y cabarets, sino en practicar la religión de la Belleza y de la Verdad, dominar el mundo profano, demostrar con la producción propia la fe en un ideal; huir de los apoyos de la crítica oficial, tanto como de las camaraderías inconscientes, y juntar, en fin, la chispa divina a la nobleza humana del carácter.»
Rubén Darío, La España Contemporánea, 1901