José Ribera
Sádico, mafioso y putero.
Hay almas que lo feo adoran sin secreto.
Y tú estás entre tales, el de ásperos pinceles, Ribera, a quien [Nápoles] llamó el Españoleto (…)
Hay quien busca lo bello; más tú lo extravagante ya el mártir, ya el verdugo, gitanos, plebe ociosa con úlceras podridas en trapo repugnante
(…)
¡Con qué furia, no exenta de fiebre voluptuosa, al mártir despellejas, con práctica de drama, haciendo que veamos la dermis sanguinosa!(…)
Ribera ¿dónde heredaste designio tan malvado? ¿Qué perro, con sus dientes, rabioso te volvía? ¿Por qué gozas delante del hombre torturado? (…)
El mundo ¿qué te ha hecho? Con tal carnicería ¿acosas o persigues a algún desconocido?
La sangre derramada ¿vengó una traición?
(…)
Tu alma endemoniada ¿qué trágico deseo sentía con raíces en ámbito extrahumano?
Este tan «bello homenaje», extracto del poema titulado Ribera y publicado en París en 1844 —dos siglos después de la muerte del pintor— pertenece a Théophile Gautier, escritor romántico francés y crítico de arte. En sus varios viajes por la entonces exótica España, conoció de primera mano la obra de Ribera ¿Qué cuadros vería para decir que el pintor gozaba delante del hombre torturado o que tenía el alma endemoniada?
En cualquier caso, llama la atención que Gautier tenía entre sus artistas favoritos a Henri Regnault, y que apreciaba especialmente su cuadro Decapitación sin juicio bajo los reyes moros de Granada, de 1870, probablemente la escena más sangrienta que hay en el Museo d’Orsay de París. No hay nada en la obra de Ribera que ni tan siquiera se le acerque. Esta brutal contradicción es uno de los muchos ejemplos sobre el tratamiento injusto que reiteradamente se ha cometido contra el pintor nacido en Xátiva (Valencia).
A diferencia de Gautier, que escribió en repetidas ocasiones sobre Ribera, el escritor y también viajero británico Lord Byron, personaje romántico por excelencia, le dedicó una única frase:
«(…) historias de mártires sobrecogidos, cuando el Españoleto manchó su pincel con toda la sangre de todos los santos»
Aparece en un párrafo de su última obra, Don Juan, y menciona a Ribera junto a otros pintores. Pero mientras a los demás (Vernet, Lorraine, Rembrandt y Caravaggio) los asocia con cuestiones positivas, sólo de Ribera dibuja un panorama negativo, sangriento. Esta frase se convirtió en una losa, una mención constante en la práctica totalidad de las publicaciones o conferencias sobre el pintor a partir del siglo XX y aún hoy en día.
Mucho antes, algunos biógrafos coetáneos a Ribera empezaron a crear su leyenda negra. Giulio Mancini, aficionado al arte que tenía por profesión ser médico del papa Urbano VIII, lo equiparó con Caravaggio, pintor maldito y «diabólico» (como llegaron a definirlo), hasta tal punto que dibuja a Ribera como una especie de reencarnación del italiano:
«Se llama Españoleto al que ahora se encuentra en Nápoles con gran fasto y reputación y no tiene tanto exceso en el arte cuanto desvergüenza en el trato con rameras, en el comer, en comportarse como un bribón (…) en su casa [había] de continuo tres prostitutas, sin camisa, mugrientas, indecentes y (…). Con todo esto, no le bastaban 4 escudos al día, y huyó por deudas»
Otro contemporáneo de Ribera, Joachim von Sandrart, pintor y primer historiador del arte alemán, escribió otro párrafo que fue repetido hasta la saciedad por posteriores biógrafos. En el siglo XVIII, Antonio Palomino, el primer biógrafo de Ribera en España, reprodujo casi textualmente el párrafo del historiador alemán:
«(…) el célebre Ticio a quien el buitre le saca las entrañas (…); los tormentos (…) de Ixión expresado con tal extremo el dolor, atado a la rueda donde era continuamente herido y despedazado; que teniendo los dedos encogidos, para esforzar el sufrimiento, y estando esta pintura en casa de la señora Jacoba de Uffel, en Amsterdam, a tiempo que estaba preñada, parió un chiquillo con los dedos encogidos a semejanza de aquella pintura (…)»
La señora Jacoba era la mujer de uno de los más importantes marchantes del arte de la época, Lucas van Uffelen. Dichos cuadros fueron devueltos a Italia y el impacto de esta historia recorrió toda Europa.
El primero que escribió una biografía extensa sobre Ribera, Bernardo de Dominici a principios del siglo XVIII, lo describe poco menos que como el iniciador de la mafia napolitana. Su crónica sobre el pintor no empieza, como era habitual, con su nacimiento, sino con un largo párrafo que detalla ya su evidente animadversión hacia Ribera:
«(…) deseando con su altivez sin límites pisotear a los demás pintores, y entre otros al incomparable Dominichino, sucedió que después de haber causado mil amarguras a ese hombre virtuoso, fue castigado por Dios en la parte más sensible al corazón humano, es decir, en la pérdida del honor»
Cuando habla de «pérdida de honor», se refiere a otro episodio nefasto. Durante siglo y medio, Nápoles perteneció al Imperio español, y los virreyes nombrados por el rey no se ganaron precisamente la simpatía ciudadana. A mediados del XVII, hubo una revuelta popular contra los invasores hispanos. Felipe IV, conocido por su evidente adicción al sexo, mandó a sofocar la revuelta a uno de sus muchos hijos bastardos, Don Juan de Austria, quien cumplió perfectamente con su cometido.
El tal Don Juan, aun siendo poco más que un pipiolo, se hizo retratar por Ribera a lo grande, en un retrato ecuestre. Entre sesión y sesión de posado, dejó embarazada a la sobrina-ahijada de Ribera. Conclusión: el honor familiar al carajo… La niña fue arrebatada a su madre y llevada a España, donde la ingresaron con 6 años en un convento de clausura, las Descalzas Reales de Madrid, hasta morir a los 36. Todo esto, para «expiar» los pecados de su padre, como era tradición.
Ribera trabajó intensamente no sólo para éste, sino para muchos otros virreyes y De Dominici parece asociar ese castigo, la «pérdida del honor», como una consecuencia de su colaboracionismo con los invasores españoles. Da la sensación que esa cercanía a los virreyes es algo que cierta historiografía —especialmente italiana, aunque también alguna francesa— no le perdonó, porque esa tradición de biógrafos que machacaban a Ribera duró hasta bien entrado el siglo XX.
Aún en 1972, A. Causa escribía sobre él:
«Su fanatismo (…) su macabro verismo de las terribles escenas de tortura, compuestas en clave de sádica violencia y brutalidad, son típicamente ibéricas, anticlásicas (…)»
Tenemos, pues, la tormenta perfecta: un fanático y sádico, además putero, que huyó de Roma por sus deudas, capaz de pintar cuadros que propiciaban hijos deformes, jefe de una mafia que amargaba la vida a otros pintores y, para rematar, colaboracionista con los pérfidos colonizadores españoles. Esto, sin haber llegado aún al romanticismo, donde todo empeoró mucho más. Como consecuencia, tenemos al pintor más repulsivo de la historia del arte hasta hace bien poco. Ni siquiera Caravaggio, el «malote», tenía este currículum tan variopinto.
No es hasta casi finales del siglo XX cuando diversos críticos españoles, encabezado por Alfonso E. Pérez Sánchez, empezaron a desmontar su leyenda negra y, de paso, también un falso españolismo que propiciaron varios historiadores españoles de dicho siglo. En las siguientes décadas, expertos italianos, especialmente Gianni Papi, Nicola Spinosa y Viviana Farina, han revolucionado el conocimiento sobre Ribera y dieron un giro radical sobre la importancia e influencia de Ribera, liquidándose prácticamente los mitos sobre su nefasta reputación.
Pero cuando todo este injusto desprestigio parecía enterrado, de forma inesperada en estos últimos años, ha vuelto el Ribera sádico. A la sombra de dos magníficas exposiciones celebradas en Madrid y Londres (la presentación del catálogo razonado de dibujos de Ribera en el Prado, y «Ribera. Art of Violence», en la Dulwich Gallery), sus comisarios, Gabriele Finaldi, Xavier Bray y Edward Payne, auténticos expertos británicos en la figura del Ribera (el primero, de origen napolitano) y evidentes admiradores del pintor de Xátiva, han escrito o dicho sobre él frases como las siguientes [1]:
«Guido Reni y después Domenichino (…) fueron víctimas de la política de coto cerrado de los pintores napolitanos, con intimidación y posible envenenamiento para que nada faltase, y con Ribera supuestamente en funciones de capo»
«(…) amaba estos temas cruentos. Todos se acuerdan de aquella famosa frase de Lord Byron (…) Es verdad, Ribera tiene una fascinación particular por la violencia, por las escenas de martirios, por las escenas de torturas»
«De todas sus imágenes de violencia, las escenas de martirio religioso de Ribera se encuentran entre las más viscerales y variadas. Los santos mártires abundan en la obra gráfica y pintada de Ribera»
Ribera no fue un sádico, ni un mafioso, ni tuvo especial predilección por las escenas violentas ni los martirios. Un simple análisis estadístico de su obra lo demuestra. Las escenas de martirios apenas representan el 2,5% de su producción. Pero es que dentro de la mísera decena de cuadros de martirios que pintó de entre sus más de 400 obras reconocidas hoy en día, tan sólo cuatro (en concreto, cuatro San Bartolomé) se pueden calificar de violentos, nunca de sádicos. Fuera de estos martirios, tan sólo pintó otros tres de temática cruel: dos cuadros mitológicos de Apolo y Marsias y, apurando mucho, se puede ver algo de violencia en su Juicio de Salomón. Tampoco del análisis de su obra gráfica se puede sacar conclusión alguna de su gusto por lo morboso.
Hay más sangre en cualquiera de las versiones de Judith decapitando a Holofernes de Caravaggio o de Artemisia, que sumando toda la que hay en los cuadros de Ribera. Cualquier caravaggista de la época es tan violento como Ribera o más, por ejemplo Mattia Preti. Era lo que demandaba la sociedad napolitana y española, fruto de los postulados de la Contrarreforma, y fue lo que Ribera produjo en cantidades ridículas, comparada con su magna producción.
Si de un pintor coetáneo se puede decir que tenía tendencia a temáticas crueles, hay que fijarse en Rubens, del que sin embargo se tiene una imagen de un auténtico caballero del barroco, eso sí, algo obsesionado con pintar estupendas y orondas señoras. El porqué ciertos expertos siguen empecinados en manipular la realidad y asociar a Ribera a cierto sadismo, es un misterio. Quizás simplemente porque en los tiempos que corren, la sangre y la violencia siguen vendiendo, igual que en el siglo XVII.