La Alhambra
Paraíso matemático.
Entre los años 711 y 1492 la mayor parte de la península Ibérica vivió bajo el poder musulmán. Fueron años de florecimiento económico, científico y sobre todo cultural. Un esplendor que contrastaba con el resto de Europa, que en la época permanecía en una Edad Oscura del conocimiento, bajo la alargada y fría sombra de la Iglesia medieval. Mil años después parece que la cosa ha dado la vuelta. Supongo que eso pasa cuando los putos fundamentalistas llegan al poder: que no dejan florecer la cultura.
Al-Andalus fue un oasis en la época. Al parecer estos tíos no invadieron: convencieron. Llegaron a una España visigoda desgastada políticamente, mal cristianizada en sus bases y prácticamente en taparrabos, y por medio de pactos, sin apenas conflictos, supieron vender una religión que no obligaba a nadie a convertirse —se podía ser dhimmi, (cristiano o judío) y ya estabas protegido por el poder—. De hecho, muy poca población se islamizó (convirtiéndose en muladíes), y la mayoría siguió a lo suyo, aunque sí aceptaron de buena gana hacer cosas tan futuristas como lavarse un poco. Tengamos en cuenta que los árabes se lavaban varias veces al día (antes de rezar) y muy pocos cuerpos cristianos de costrosos piesnegros conocían la higiene diaria.
Los hispanos empezaron a usar esas fuentes que construían por todas partes, empezaron a comer su comida, a usar su idioma (más de 4000 palabras en castellano tienen origen árabe… en este texto hay unas cuantas), a contar son sus números (los árabes trajeron la numeración arábiga con origen en India), a beneficiarse de su tecnología, a casarse con ellos y ellas, y poco a poco, esa península se convirtió en un paraíso para el cultivo y estudio de la agricultura, la ingeniería, la medicina, la farmacología, la astronomía, las matemáticas, la geografía, la filosofía, la música, la poesía… y el arte, claro.
Una época de intercambio entre tres culturas —judía, cristiana, musulmana— que convivieron de forma (relativa e intermitentemente) pacífica, salvo por los elementos desestabilizadores de siempre… Los más ignorantes y mezquinos, ya sabéis a quien me refiero…
Pero el Islam brillaba con luz propia. La ciudad de Córdoba se convirtió en uno de los centros culturales más importantes del mundo, junto a Bagdad.
Sin embargo los viejos godos del norte empezaron a reformar sus reinos, condados y sistemas feudales. Y cuando en el siglo XI, por problemas intestinos, el Califato de Córdoba se dividió en multitud de reinos de Taifas, los cristianos —cuando no luchaban entre ellos— fueron conquistando y repoblando territorio hacia el sur. La Reconquista, le llamaron, y duró ocho siglos. Como dijo Ortega y Gasset: no entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa que dura ocho siglos.
Los territorios recuperados, por lo general fueron entregados a la nobleza y al clero. En algunos casos se respetó la propiedad de los musulmanes porque se necesitaba su trabajo especializado, su conocimiento, pero otros muchos fueron concentrados en barrios de las afueras (morerías). Los pequeños vergeles que había a lo largo y ancho de Al-Andalus fueron con el tiempo transformados en enormes latifundios y tierras mal trabajadas. Meros desiertos (pero ojo, con un arte también maravilloso…).
Al final, en el siglo XV sólo quedaba un reducto musulmán: el Reino de Granada.
La nazarí fue la última dinastía musulmana de la península. Y dominó el Reino de Granada durante casi tres siglos.
Mientras los demás reinos musulmanes sucumbían a esa Reconquista, la Granada nazarí permanecía esplendorosa. Y no por su poder político y militar precisamente… sino por su apabullante poder cultural (que al final —oh, sorpresa— se traducía en una economía próspera).
Arropada por las montañas de Sierra Nevada, Granada era el emirato que servía de punto de intercambio comercial y cultural entre el Islam y Europa. Al emirato no parecían afectarle las crisis que asolaban el resto del continente y recibía con los brazos abiertos a todo el mundo: a los musulmanes que huían de la Reconquista, a los judíos que escapaban del siempre perpetuo antisemitismo, a los mercaderes cristianos que establecieron sus consulados en la provincia…
Esa fusión, esa paz y ese florecimiento llevaron a uno de los cénit culturales del Islam.
En la época no podías pasearte por Granada sin toparte un poeta, un músico, un matemático o un encuadernador. Había bibliotecas públicas, Universidad y libros por todas partes. Pero si mirabas a una colina, algo brillaba más que cualquier otra cosa en toda Europa.
Ahí arriba estaban palacios de los reyes de Granada, con sus jardines, fuentes, estanques y demás construcciones defensivas, religiosas y civiles que formaban lo que hoy es la Alhambra.
Un lugar hipnótico, lleno de agua, columnas y decoración. No hay un centímetro en este lugar sin decorar y aún así no parece recargado. Las paredes están recubiertas de cerámica o yeso con más 10 000 inscripciones de poemas, sentencias, aforismos o textos del Corán; las cubiertas tienen armazones de madera colocados de forma milagrosa; las cúpulas están creadas por múltiples capas de estructuras a las que se suman las múltiples formas de iluminarlas; los azulejos son diferentes en cada estancia; las columnas son únicas en el mundo…
Durante más de dos siglos nuevas construcciones se fueron sumando a las antiguas, o estas se fueron reformando o sustituyendo, dependiendo de los gustos del sultán de turno. Por eso muchas no se conservan. Algo que tiene el Islam es que quizás es mejor no construir nada que sea eterno. Las mejor conservadas son El Mexuar, el palacio de Comares y el palacio de los Leones, quizás por que estas fueron las elegidas como residencia por los Reyes Católicos, garantizando su conservación. Aún así, no sabemos si lo que ha llegado a hoy era así originalmente.
Estos tres palacios van de más antiguo a más moderno, de más sencillo a más ornamentado, de más austero a más recargado.
Mexuar
Aquí el Sultán impartía justicia. No se conserva del todo bien y sufrió infinidad de reformas. Aún así, en este conjunto de habitaciones hay más que suficientes vestigios de joyas del arte nazarí, sobre todo las espectaculares columnas y capiteles y los hipnotizantes azulejos.
Cuatro columnas decoran la sala, con sus típicas ménsulas de mocárabes. Los mocárabes son ornamentos típicos de la arquitectura islámica que forman una especie de bóveda en panal. Estos prismas yuxtapuestos cuelgan del arco y crean un efecto hipnótico y orgánico. Al ir penetrando en la Alhambra veremos como estas estructuras se vuelven más y más complejas.
En la habitación, cenefas de yeso con la inscripción: «Todo lo que poseeis procede de Dios».
Al fondo hay un oratorio donde divisar el paisaje. Por las ventanas se ve el Albaicín, y es que otra de las maravillas de la Alhambra es un barrio que queda a varios kilómetros, pero sólo la Alhambra regala las acojonantes vistas de sus casitas blancas. No hay mejor forma de decir que Dios es grande.
Palacio de Comares
Ante una fuente hay dos puertas. Es la fachada interior del Palacio de Comares, que anticipa lo que está por venir.
Dentro del palacio está el Patio de los Arrayanes, que no se sabe si es más bello el propio patio o su reflejo en el agua de la alberca, un estanque de 34 x 7,10 metros que se abastece de agua por dos fuentes a cada extremo. Hay galerías a ambos lados del patio y unos mirtos rodean el estanque. La imponente Torre de Comares aparece por duplicado: en la vida real y reflejada en el agua.
Simetría, reflejo, agua fluyendo, el mármol blanco del suelo, azulejos, poesías en las paredes, plantas aromáticas, antiguos naranjos… Toda la Alhambra es un complejo arquitectónico en la que los constructores árabes le regalan al visitante placer para los cinco sentidos. Suena a guía turística rancia, pero es la verdad: vista, oído, olfato, tacto y gusto son estimulados hasta el sthendalazo en la visita por el lugar. Este patio es el ejemplo perfecto.
Sala de la barca
Saliendo del patio, pasamos por un arco apuntado con mocárabes, otra vez los ornamentos típicos de la arquitectura islámica que aquí forman una especie de bóveda en panal. Estos prismas yuxtapuestos cuelgan del arco y crean un efecto hipnótico y orgánico.
La sala, con techo en forma de barca, está rodeada por un zócalo con mosaicos y arabescos donde aparece a menudo el escudo nazarí con la leyenda «Sólo Dios es vencedor».
Salón de los Embajadores
Desde esta sala se accede a la Torre de Comares, por el Salón de los Embajadores, que está algo más elevado porque ahí se sentaban los nobles de la Alhambra en cojines y miraban por la ventana la belleza de la creación. No hay en esta habitación ni un centímetro sin decorar. Si no es por versículos del Corán es con versos de los mejores poetas.
Y todo iluminado por pequeños focos de luz producidos por las celosías y vidrieras. Y todo rodeado por un zócalo de azulejos que nos introduce en otro universo.
De hecho, si miramos arriba a la bóveda, veremos el firmamento. Todo el techo lo ocupan 105 estrellas. Construida en distintas piezas de madera, en ese extraño techo de forma cúbica podemos ver los siete cielos del islam, con el Séptimo Cielo (عرش) en el centro, donde está el mismísimo Alá.
Baños de Comares
Copiando a los romanos y sus termas, los musulmanes también querían tener muy cerca el agua. Ya hablamos antes de que trajeron un poco de higiene a la península, por lo que las fuentes y baños abundaban, y más en donde vivían los ricos. El Palacio de Comares no iba a ser menos y cuenta con su pequeño complejo para el baño, con sus muchas estancias (salas frías, salas templadas, salas calientes…), zona de vapores, sala de masajes, vestuarios y hasta una galería para músicos. Un Spa de lujo.
Palacio de los Leones
Saliendo de Comares nos topamos con el patio más popular de la Alhambra, de Granada y quizás del mundo entero. El Patio de los Leones es el centro mismo de este palacio (el palacio más recargado, el más brutal y violentamente bello) y el agua aquí es algo más que un mero complemento. El agua es parte de la arquitectura del lugar.
En el patio fluyen cuatro pequeños arroyos que salen de cada una de las salas. Son —o deben ser— una réplica bastante exacta de los cuatro ríos del Paraíso descritos en el Corán. Por cierto, coinciden con los cuatro puntos cardinales.
El agua va a parar a la famosa fuente, protegida por doce leones de mármol blanco agrupados en cuatro leones con similitud dos a dos, diferentes en nariz, melena, boca, cola… Las interpretaciones sobre el significado de este animal y este número son variadas: ¿Las tribus de Israel? Es poco probable. ¿Los doce signos del zodíaco? No podemos afirmarlo. ¿12 apóstoles? No creo. 12 horas, 12 meses del año…
Rodea el patio una galería baja (para ver y oler mejor las plantas aromáticas) apoyada por 124 columnas de mármol blanco (el mismo de los leones y también de parte del pavimento), que dialogan con las paredes de azulejos azul y dorado (otro símbolo del la Alhambra y de la ciudad).
Hay dos templetes a los dos lados este y oeste del patio. De planta cuadrada, están decorados con filigranas y mocárabes y tienen sendas cúpulas de madera; de hecho son las dos únicas cúpulas semiesféricas hechas con piezas de madera que hay en el mundo.
Sala de los Abencerrajes
El dormitorio del Sultán, sin ventanas al exterior para darle intimidad, y decorada hasta el éxtasis.
Si miramos arriba, veremos una cúpula decorada con mocárabes en cantidades industriales que, por si no fueran suficientes, se reflejan en la fuente que hay en el suelo. La luz viene de esa cúpula de otro planeta, una luz que va cambiando según la horas del día.
Sala de los Reyes
Para fiestas y recepciones varias servía este gran vestíbulo de más de 30 metros de largo.
Son habitaciones cuadradas y rectangulares con cúpulas de mocárabes donde se realza la luz que entra en el lugar y con paredes ornamentadas con inscripciones y un zócalo de alicatados rodeando el espacio.
Sala de las Dos Hermanas
Saliendo mareado de tanta belleza del Patio de los Leones hay que traspasar una de las puertas más bonitas de la Alhambra.
Como toda la Alhambra, tiene poemas escritos en las paredes. El suelo es de mármol y hay una fuentecita con un pequeño canal que conduce el agua hasta el Patio de los Leones. Una cúpula de mocárabes iluminada con pequeñas ventanas laterales da un efecto caleidoscópico al lugar.
Aquí vivía la Sultana y su familia. Tras ser repudiada por Muley Hacén, aquí vivió la madre de Boabdil con sus hijos.
Generalife
Al salir de los palacios entramos en otro microuniverso maravilloso: sus jardines. El Yannat al-arif es la villa con jardines utilizada por los reyes de Granada como lugar de recreo.
Construidos a mediados del s. XIII, hay diversos jardines, muchas fuentes (otra vez el agua está en todas partes) y varios patios en donde retozaban sultanes y poetas.
En el Generalife ya no vemos los excesos decorativos ni las sacadas de chorra arquitectónicas del interior de los palacios, pero desde luego es la naturaleza la encargada de dar el sthendalazo final. Otra vez son estimulados hasta el orgasmo espiritual —cuando nos dejan los turistas más ruidosos— la vista, el oído, olfato, tacto y gusto con el paisaje, los pajarillos cantando, los frutales y las plantas aromáticas, las infinitas fuentes, la geometría de los pavimentos y los arbustos…
Ya había estado, pero en 1936 un joven Maurits Cornelis Escher volvió a la Alhambra y nada volvió a ser lo mismo en su arte. Fascinado, se pasó días enteros copiando dibujos de los patrones de los mosaicos, azulejos, alicatados, suelos y decoraciones.
Estos bocetos se convirtieron a la larga en parte fundamental de su trabajo a partir de ese momento. Quiso llevar la matemáticas y la geometría que había visto en la Alhambra a su arte, llevando un paso más allá las reflexiones sobre el espacio, la perspectiva y los múltiples puntos de vista.
Los patrones geométricos de la Alhambra utilizan el teselado, que consiste en cubrir el plano con una o más clases de figuras poligonales. De pronto, el vacío llena y la misma figura girada o invertida puede llenar el espacio vacío. Escher no dudó en copiar este efecto para su arte y creó su teselado hiperbólico que todos conocemos y admiramos.