Los locos, locos retratos de Gericault
Cinco retratos de enfermos mentales realizados por el niño prodigio del romanticismo francés.
A finales de 1821, el romántico Théodore Géricault causaba furor por toda Europa, en parte por el enorme éxito de público de su “Balsa de la Medusa”.
Sin embargo, pese al prestigio que estaba consiguiendo, el joven pintor (29 añitos) no tenía suficiente dinero. Es por ello que se vio obligado a aceptar encargos tan inusuales como esta asombrosa serie de cuadros.
Ya habíamos visto aquí la pasión del pintor por temas escabrosos, por lo que este encargo del psiquiatra Étienne-Jean Georget no debió suponer tampoco un gran esfuerzo para el niño prodigio del romanticismo francés.
Según parece, Georget (1795–1828) era médico jefe de la Salpêtrière, un asilo de París, y muchos historiadores afirman que el doctor trató a Géricault, aquejado de una insoportable melancolía (aunque muy beneficiosa para el arte, sobre todo en el romanticismo…).
Otros dicen que fue él quien le proporcionaba cadáveres fresquitos para sus estudios de las figuras en La balsa.
Sea como sea, el médico (creador por cierto de la psiquiatría social) le encargó al artista 10 retratos de enfermos mentales como una forma científica de clasificar pacientes de una disciplina médica todavía en pañales.
El doctor o el artista titularon a toda esta serie (unificada en términos de escala, composición y cromatismo) como “monomanías”, y cada cuadro representa a un enfermo, con rasgos faciales propios.
Géricault sabía retratar.
Georget consideraba que la demencia no sólo era una enfermedad moderna, sino que sería la dolencia del futuro. Por ello quiso que el estudio de las enfermedades mentales fuese lo más riguroso posible, y en vez de llevar a los pacientes a clase para que los estudiantes puedan examinarlos físicamente, el profesor encargó a Géricault que pintase estos modelos y así facilitar el estudio.
¿Porqué eligió a este joven artista? Pues en primer lugar, más que por su éxito, por su extrema objetividad y rigurosidad. Si algo caracterizaba a Géricault era su forma de investigar antes de agarrar siquiera un pincel. El doctor dio por sentado que Géricault le presentaría un retrato fiel de los enfermos… quizás mucho mejor.
Porque otro factor clave era su increíble facilidad para los retratos. El romántico no sólo sabía captar a la perfección el físico de la persona retratada, sino que casi podía plasmar su alma. Y como Georget era básicamente un médico del alma, decidió que este joven apasionado sería su mejor opción.
Es por ello que estas obras están consideradas un puente entre el arte romántico y la ciencia empírica del siglo XIX.
Moderno, clásico, tradicional, vanguardista… inclasificable.
Géricault siempre buscó el realismo científico. Es algo que el futuro también cultivarían autores como Eakins. Sin embargo es inevitable al ver estos retratos pensar en Velazquez, o Hals, o también en Manet, ya que el romántico se adelantó al impresionismo al mostrarnos con ágiles y (en principio) poco trabajadas pinceladas los rasgos faciales de los enfermos.
Como Velázquez, Géricault consigue además conferir dignidad a todo un grupo marginado en la época, los locos, que eran encerrados en sórdidos hospitales fuera de la sociedad. Hay extensa documentación de que prostitutas, adictos, ateos o simplemente personas alejadas del rebaño fueron torturadas en estos lugares y no vieron en años la luz del día (véase el trágico caso de la escultora Camille Claudel).
El pintor consigue además representar la fisonomía del enfermo con absoluta objetividad. Hay que tener en cuenta que en esos primeros años 20 del XIX la fisonomía era una ciencia que no había sido todavía desacreditada, pese a que sostenía el disparate de que las apariencias físicas podían ser usadas para diagnosticar trastornos mentales.
Con esto en mente, el artista realizó en torno a 1822 más de 200 dibujos de enfermos con carencias en el intelecto, el ánimo o la voluntad, acuñadas científicamente como “monomanías”.
Retratos de monomanías.
Se sabe que de las diez pinturas ejecutadas, han perdurado cinco hasta nuestros días:
Todos los retratos al óleo muestran a los pacientes de tres cuartos, de frente y a escala real.
En ellos se elimina toda referencia al espacio de fondo para no distraer la atención del espectador. Así podemos mirar a los retratados directamente, aunque estos nunca nos miran. No hay comunicación. Miran “mas allá”, por lo que se percibe el mundo interno, ajeno para el que se llama a sí mismo cuerdo.
En los títulos tampoco se nombra al retratado, sólo a su enfermedad. Géricault quiere retratar al trastorno, no a la persona, y además elimina toda referencia pintoresca propia del romanticismo. El autor quiere ante todo una ilustración clínica.
Como dijimos antes, el propio artista había tenido sus trastornos psiquiátricos (se habla de depresión) que afortunadamente fueron tratados. De ahí la cierta simpatía con la que retrata a estos monomaníacos.
Porque, quién sabe si los retratados fueron encerrados injustamente y contra su voluntad…
Quién sabe si en otras circunstancias Géricault no sería uno de ellos…
Quién sabe si nosotros…