Miguel Ángel y la bóveda de la Sixtina.
Frescos inmortales.
Arquitecto, escultor y pintor, Miguel Ángel ejerció las tres disciplinas artísticas durante su longeva vida, aunque ante todo se consideró siempre escultor: modelar la piedra era la más dura y noble de todas las artes, según sus ideales.
Por ello, cuando el Papa Julio II le encargó pintar la imponente bóveda de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel no debió reaccionar con demasiado entusiasmo. Pero…¿cómo negarse a un encargo de tal magnitud, ordenado por el mismísimo Pontífice, y que además debía estar bien pagado?
Más de cuatro años (1508 – 1512) se pasó el artista prácticamente recluido en el interior de la Sixtina, tiempo durante el cual experimentó toda clase de penurias que mencionaré más adelante. Lo que para Miguel Ángel supuso un encargo tedioso, es hoy en día una de las grandes muestras de arte de la historia universal, una maravilla pictórica que todos debemos conocer y, si es posible, ver in situ al menos una vez en la vida.
En este artículo encontraréis un breve análisis iconográfico de tan notable obra, junto con algunas otras curiosidades relacionadas con ella.
Comencemos por la estancia: la Capilla Sixtina es uno de los lugares más conocidos del conjunto Vaticano, donde se celebra el cónclave, esa reunión a puerta cerrada en la que se escoge al nuevo Papa (fumata nera si no se ha llegado a una resolución, fumata bianca si finalmente se ha elegido candidato). Exteriormente es más bien feucha, marrón y sin ningún tipo de ornamentación…¡cómo imaginar desde fuera las maravillas que se encuentran en su interior!
Se la conoce por el nombre de «Sixtina» en honor al Papa Sixto IV, que decidió reestructurar la capilla previa, medieval, que se caía a trozos, llamada Capilla Magna (o Maggiore en italiano) y decorar su interior con pinturas. Hizo llamar a los mejores pintores del Quattrocento, entre ellos Sandro Botticelli o Pietro Perugino. Estos artistas decoraron mediante la técnica del fresco las paredes laterales de la capilla. Sin embargo, la decoración de la bóveda permaneció excesivamente sencilla, fue pintada de azul en su totalidad y tachonada con estrellas doradas, imitando el cielo.
Años después, Julio II, nuevo Papa y sobrino de Sixto IV, decidió intervenir de nuevo en la capilla que su tío hizo edificar. Y es aquí, aproximadamente en el año 1506, cuando el Papa entró en contacto con Miguel Ángel y le propuso el célebre encargo: la decoración de la amplia bóveda. Sabemos, gracias a fuentes contemporáneas de la época, que Miguel Ángel se mostraba reacio a aceptar dicha empresa, y no fue hasta dos años después, el 10 de mayo 1508, cuando se iniciaron las obras.
Julio II era muy consciente del talento innato de Miguel Ángel, eso fue lo que le hizo escoger a este artista, pese a su famoso mal genio. Le confió el encargo sin especificar el tema que debía representar, le dio libertad en el diseño porque confiaba en él.
Debemos comprender, por tanto, la complejidad del proyecto: la magnitud del espacio que debía pintar (más de 1000 m² de superficie!), la dificultad de una técnica como la del fresco en la que se tenía que actuar con rapidez, la altura en la que debía trabajar (a unos 20 metros de distancia del suelo) y, por supuesto a ello se le suma la elección del tema. Todo eran complicaciones.
Sin embargo, el artista contaba con alguna ventaja: conocía la técnica del fresco, sabía utilizarla porque cuando era aún muy joven, con unos doce o trece años, ingresó en el taller de Domenico Ghirlandaio, un célebre pintor del Quattrocento que también participó en las pinturas laterales de la Sixtina. Con él aprendió esta técnica, pese a que aseguraba haberla aprendido de manera autodidacta (era bastante orgulloso y un poco engreído, pero se lo perdonamos).
En relación a la preparación del fresco, las cosas no salieron demasiado bien al principio. Contrató a varios ayudantes que supieran preparar la mezcla para pintar al fresco. ¿Cuál fue el problema? Ahora estaba en Roma, no en Florencia. Mientras que en la Toscana el fresco se preparaba con tierra que provenía de las orillas del río Arno y un tipo de cal, en Roma hacían servir otros materiales. Cuando vio el resultado de aquel mejunje que le prepararon y el trabajo realizado, el artista quedó muy descontento y despachó a sus trabajadores rápidamente, con el mal humor que lo caracterizaba.
Como genio que era, otra de sus excentricidades fue asegurar tiempo después (cuando la obra ya estaba acabada) que la había pintado él solito, sin ninguna ayuda, tumbado boca arriba mientras le caían pegotes de pintura en la cara. ¿Es esto cierto? Parcialmente. Lo pintó todo él, aunque acabó teniendo a algún nuevo ayudante para preparar la mezcla de cal.
Miguel Ángel diseñó y construyó él mismo un sistema de andamiaje que le permitiera pintar en una altura tan elevada con la máxima seguridad posible (a pesar de todo, parece ser que el pobre se cayó en más de una ocasión).
La primera idea que tuvo el artista para la bóveda fue representar a los doce Apóstoles, un tema religioso habitual y siempre bien recibido. Dispuesto y decidido a acabar cuanto antes, Miguel Ángel inició la pintura. No tardó mucho en darse cuenta que, con su diseño escogido, por muy grandes que representara a cada apóstol, era insuficiente para tanto espacio, le sobraría sitio y quedaría demasiado austero. Él era un gran artista y su obra, aunque no se tratara de un encargo escultórico, no podía resultar mediocre. Miguel Ángel destruyó este primer proyecto que ya había comenzado a pintar y planteó otro mucho más complejo.
Esta vez, para la segunda idea (y la definitiva) recibió el consejo de dos humanistas: Egidio da Viterbo, un gran conocedor de las Sagradas Escrituras, y Tommaso Inghirami, el responsable de la Biblioteca Vaticana de aquella época.
Que este hecho no confunda: Miguel Ángel no tenía un pelo de tonto, era un gran intelectual, y recibió una educación esmerada gracias a Lorenzo el Magnífico, que acogió al joven artista en su hogar, el Palacio de los Medici, y allí lo educaron como si fuera un hijo más de tan poderosa familia florentina. Algunas fuentes aseguran que Miguel Ángel había memorizado la Divina Comedia de Dante, y era capaz de recitar cualquier pasaje a la perfección.
Pese a ser un artista erudito, desarrollar un programa iconográfico de tal magnitud y significado no era tarea fácil, por eso recibió esta pequeña ayuda.
Aquello que esencialmente simboliza esta gran obra es el intento paulatino del ser humano por acercarse a la revelación y redención divina, es totalmente adecuado al siglo XV por el peso religioso.
La superficie que pintó Miguel Ángel puede dividirse en tres zonas o niveles mediante una arquitectura fingida:
- Los lunetos (arcos por encima de las ventanas) donde representa cuatro diferentes escenas en las que el pueblo de Israel se salva milagrosamente de diversos peligros. Y también ocho triángulos donde aparecen antepasados de Cristo, personajes del Antiguo Testamento.
- El nivel medio, con los tronos gigantescos de los videntes, visionarios: siete profetas y cinco sibilas.
- El nivel central y el más importante: la narración de algunas historias del libro del Génesis, nueve episodios en total, unidos entre ellos por los ignudi, una especie de seres angelicales, intermediarios entre Dios y el hombre. Los representa en posturas y expresiones muy diversas.
En esta parte central, las escenas del Génesis quedan ordenadas cronológicamente, aunque al revés, es decir, la primera escena queda justo encima del altar, mientras que la última se sitúa en la puerta de entrada. Miguel Ángel hizo esto a propósito, era otra manera de reflejar esa idea en la que el alma humana, pecadora e imperfecta, busca a Dios, quiere acercarse a él, esta es la doctrina del Neoplatonismo, que el artista seguirá fielmente durante casi toda su vida.
Además, Miguel Ángel era muy espabilado, y alternaba entre recuadros pequeños y grandes según la escena. Aquellas que considerara más importantes y necesitaran más espacio irían en los grandes.
De todos estos pasajes, aquel que ha quedado como símbolo indiscutible es La creación de Adán, y concretamente el detalle de las manos: con un pequeño roce, Dios le concede a Adán la chispa de la vida. Aunque no por ello debemos ignorar el resto de escenas, muy originales, como por ejemplo El Pecado Original y la Expulsión del Paraíso, donde Miguel Ángel representa dos momentos clave en el mismo espacio: antes del pecado, cuando Adán y Eva aceptan el fruto prohibido del árbol (higuera, no manzano), y la consecuencia: expulsados por el ángel, ya pecadores.
En toda la bóveda destaca la anatomía tan miguelangelesca, inspirada sin duda en las esculturas helenísticas, como el torso del Belvedere y el Laocoonte (que afortunadamente se encontró en época del artista). Además, Miguel Ángel no hacía ningún tipo de distinción entre la masculinidad o la feminidad, por lo visto incluso le repugnaba el cuerpo femenino, por eso sus mujeres son siempre tan voluptuosas y musculosas, tan similares a los hombres.
Usó una gama de colores muy viva en toda la bóveda, prácticamente fosforitos. La utilización de estos tonos tan chillones y llamativos también tiene su explicación: Miguel Ángel sabía que estas pinturas se verían desde el suelo, a mucha distancia. Cuanto más fuertes fueran estos tonos, más contraste harían y mejor se podrían apreciar. Lo tenía todo calculado.
Su estilo pictórico es claramente el de la Toscana, siempre predomina el dibujo, el volumen y la línea sobre el color.
Desde que se inauguró la capilla con la bóveda ya finalizada (e incluso antes, cuando Rafael se colaba a hurtadillas gracias a Bramante y veía lo que se estaba cociendo allí) se hicieron infinidad de copias de las figuras. Su obra supuso un antes y un después en el arte, influenciando a los artistas de su generación y los que estaban por venir. Tal vez Miguel Ángel no disfrutó demasiado de este encargo, pero creó algo único, que lo catapultó aún más a la fama, dejando muy claro que Buonarroti es y será uno de los artistas más innovadores y talentosos que ha existido jamás.