Abel Azcona:
No creo para el público, sino contra el público.
Hablamos con Abel Azcona, el enfant terrible del arte contemporáneo español. Un artista obscenamente autobiográfico cuya vida y obra se diluyen como heroína en una cuchara, y que utiliza todo tipo de técnicas, soportes y disciplinas artísticas en su mano para hablarnos de identidad, abuso, religión, política, dolor, sexualidad… haciéndonos reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra sociedad.
Con sus impactantes piezas, Azcona nos pone un espejo delante con el que primero lo vemos reflejado a él, completamente desnudo en todos los sentidos, rodeado de los terroríficos demonios de su pasado, su presente y su futuro; y si prestamos atención, también nos podemos ver reflejados nosotros, criaturas frágiles y vulnerables.
Azcona convierte sus traumas en arte, y eso es de admirar y valorar. Sufrió —y todavía sufre— lo impensable, pero su discurso es lúcido y su conversación, cordial y divertida.
Nadie diría que alberga tanto dolor y oscuridad con esa voz laxa y esa risa que deja escapar de vez en cuando. Cierto es que pillamos a Abel en un momento relativamente estable, que no es la tónica, y quizás por eso nos permitió la oportunidad de robarle estos impagables momentos en los que no deja títere con cabeza y se muestra tal y como es.
Si algo valoramos de un artista en HA! es la honestidad en lo que hace, y puedes amar u odiar a Abel Azcona, pero desde luego no se le puede acusar de no ser honesto. De hecho, esta entrevista es casi un autorretrato.
Empezamos por el principio: ¿Cuál fue tu primera creación consciente? La primera vez que dijiste «Estoy haciendo arte».
Siempre insisto que mi primera creación consciente fue ese momento en el que paré el tráfico en la Avenida del Ejército de Pamplona. Paré el tráfico, totalmente desnudo, sentado en una silla, y daba alaridos mirando hacia el cielo. No sé si fue la primera creación consciente pero sí la primera vez que una profesora de la Escuela de Arte me dijo: «Esto es una performance». De hecho esta profesora me acompaña desde entonces en algunas inauguraciones y hasta participó en una obra pidiendo perdón de manera simbólica por haberme «adoctrinado».
También es verdad que mi psiquiatra afirmó: «Esto es un brote psiquiátrico». El día anterior había abandonado una clínica psiquiátrica, tras un episodio autolesivo: un intento de suicidio grave, y había estado dos meses ingresado, así que a la salida decidí realizar esta acción. Con lo que me reveló la profesora decidí investigar, indagar y profundizar en ese concepto de arte y de performance, y al momento empaticé con esa manera de trabajar con el cuerpo en extremo, porque era algo que —aún sin ser del todo consciente— yo necesitaba.
Quizás no es fundamental la consciencia para realizar una acción.
A veces es difícil discernir cuando uno es consciente o no. En las performances se supone que como artista debes ser plenamente consciente de lo que estás haciendo, con decisiones, algunas de ellas premeditadas, pero a veces algunas de las acciones se diluyen y fluyen de manera diferente a la intencional. Sobre todo yo, como enfermo mental, muchas veces la consciencia desaparece al ir al extremo en mi propio crear y en mi propio habitar. Nunca termino una performance corporal y mentalmente de la misma manera en la que la empiezo.
Tras la acción en esa calle, parando el tráfico, tomas consciencia…
Sí es verdad que yo venía de haber hecho alguna pequeña acción en calle yo mismo, quizás sin saber siquiera lo que estaba haciendo, pero a partir de ese momento tomo consciencia de mi cuerpo y de mi poder como artista. Es una obra detonante pero sobre todo de posicionamiento personal.
De hecho, acabo creando un colectivo de arte en acción en la Escuela de Arte de Pamplona, realizando acciones todas las semanas por toda la ciudad. Un colectivo, por cierto, que tuvo sus dificultades: es prohibido, nos detiene la policía… pero hoy en día sigue en activo y es llevado por nuevos estudiantes como un pequeño homenaje a mi aportación inicial.
Siempre he dicho que soy más hijo de puta o enfermo mental que artista.
En HA! somos muy de catalogar. Tú eres toda una pesadilla para eso. Dejando de lado conceptos tan vagos como «arte conceptual» o «performance», ¿Cómo te definirías?
Yo creo que catalogar es resultado de este sistema capitalista donde vivimos, donde todo debe estar bien etiquetado y razonado.
En mi caso personal, yo siempre he dicho que soy simplemente artista. Siempre he dicho que soy más hijo de puta o enfermo mental que artista, pero si soy artista, tengo que trabajar con lo que tengo a mano. Y lo que tengo a mano es mi cuerpo.
El cuerpo me parece una herramienta brutal: artística y política… Pocas armas hay más políticas que el cuerpo. Es una de las herramientas más contundentes que tenemos y por eso lo uso. Pero sobre todo los últimos años también utilizo todas las técnicas que están en mi mano. Soy de los pocos artistas que publica uno o dos libros prácticamente todos los años porque creo que la palabra —al contrario de lo que pensaba al principio, cuando el cuerpo era total protagonista— también ayuda a sacar, explorar y exorcizar parte de mis experiencias vitales.
Ahora uso la pintura, uso la escultura, uso la instalación… todo tipo de técnicas. Ahora más que performances, hago Arte procesual, a veces de años de duración. Procesos judiciales, agresiones, persecuciones, miedos… pueden ser también considerados parte de la creación artística y el proceso artístico.
De hecho, ahora, sucesos que ocurrieron en mi infancia, los entiendo también como detonantes artísticos y orígenes de un proceso creativo.
Toda esa amalgama de técnicas me permiten narrar esa especie de «intimidad», ver el arte como un ejercicio de auto-revelación. Mostrar esos hechos íntimos de mi pasado para desvelar y para provocar. Pero provocar desde la venganza. Uno de los motivos por los que creo es la pura venganza. Esa obligación de nacer que tuve, esa obligación que tuvo mi madre a tenerme… Yo ahora estoy como vengándome de ello.
Aludiendo al guionista Rafael Azcona, hay quien dijo «Azconiano significa contar la realidad desde el punto de vista del desencanto, pero con sentido de humor».
Dentro de la enorme seriedad y gravedad de tu discurso, en algunas piezas parece subyacer —directa o indirectamente—cierto humor, ya sea tatuándote eslóganes fascistoides en el ojo del culo o provocando esperpénticos rezos de miles de fundamentalistas en tus exposiciones para salvar tu alma. ¿En ese sentido eres azconiano?
Rafael Azcona me persigue… Hasta en alguna entrevista me llaman así a modo de errata (risas).
Azcona me parece un genio. Un genio de la palabra. He expuesto en Logroño en los últimos años y me ha tocado exponer en salas con su nombre, y éramos como «Azcona y Azcona».
Rafael ha sido un maestro internacional del guión y yo también soy guionista de mi propia experiencia vital. Lo que pasa es que mi vida no la he escrito solo yo… ese es el problema. Yo envidio a la gente que puede escribir su vida plenamente. A mí me la han escrito otros; otros me han obligado a vivir una vida y ahora yo la estoy intentando co-guionizar dentro de mis posibilidades.
Sentido del humor tengo poco, al menos al crear. Quizás en el día a día tengo más: un humor muy muy negro que muy poca gente comprende a veces.
En cuanto a los trabajos que citas, el proyecto del ano tiene poco de humor. Es un proyecto muy largo, parte de cincuenta acciones de crítica política a la estúpida sociedad estadounidense, obras muy contundentes, muy densas. Y esa en concreto quizás se ha fagocitado con el fin de desacreditarme. Fueron tres días para instalar orgánicamente el lema fascista de Trump en mi zona perianal. No deja de ser una instalación, pero en este caso alrededor de la zona donde a mi me violaban. Entonces era una declaración de intenciones muy concreta. Y muy dura. Nada «azconinana», nada cómica.
Después lo de los católicos exacerbados rezando y echando agua bendita es cómico hasta cierto punto. También vino un señor con una pistola a amenazarme de muerte. Que en pleno siglo XXI vengan miles de personas a rodear un edificio con mis obras para rezar el rosario o amenazar al artista tiene algo de cómico desde una mirada negra. Yo no tengo esa mirada negra. No es nada cómico. De hecho, es triste.
Los tres intentos de aborto de mi madre para mí fueron el mayor acto de amor que yo he tenido en mi vida.
Es evidente que para tu obra te inspiras en tu pasado. Muy legítimamente expolias de tus traumas para crear arte.
Sí, es evidente que me inspiro en mi pasado. Porque mi pasado no solo es mi pasado sino el de muchos, y porque creo que tengo derecho a ello. Si los protagonistas del trauma no podemos explorar hasta el final, ¿quien debería?
Los tres intentos de aborto de mi madre para mí fueron el mayor acto de amor que yo he tenido en mi vida. Porque en su situación: mujer, madre, prostituta en la calle, heroinómana… era muy consciente de donde yo iba a nacer. Lo intentó en tres ocasiones, pero no se le permitió ejercer su derecho en la ultra-católica Pamplona. Así que parió, me abandonó nada más parirme y a partir de ahí yo tuve que apechugar y tirar para adelante. Así, en ese nacimiento obligatorio, yo ya nazco como objeto político. Ya nazco armado para luchar.
Por eso hay piezas que son explorativas y narrativas para aprender yo de mi experiencia, pero hay otras que son como una especie de bola de fuego que lanzo al público. Yo creo que el espectador debe sentirse interpelado, asqueado, traumatizado… El arte debe ser esa herramienta donde el espectador no solo debe salir sublimado. A veces sale de la galería transformado, y —porqué no— odiándote, sintiéndose mal, llorando. La última exposición de Volver al padre creo que no había una sola persona que no saliera llorando de la sala. Creo que eso es algo que el arte debe dar.
Vivimos en una sociedad sin memoria. Sin memoria histórica, sin memoria colectiva, sin memoria crítica, sin memoria personal…
Explorar el dolor es algo que cualquiera puede entender y admirar. ¿Qué es lo que tanto incomoda de eso a algunos?
El dolor incomoda porque vivimos en una sociedad sin memoria. Sin memoria histórica, sin memoria colectiva, sin memoria crítica, sin memoria personal… Y una herencia ultra-católica que hace que nuestra mierda se tenga que explorar en casa.
En la exposición que te he citado, a un crítico de arte —luego me enteré que era un ginecólogo del Opus Dei— le pareció una mierda porque los artistas debíamos venir llorados de casa.
Eso lo resume: llorar en casa, confesar nuestras miserias a un sacerdote, nunca airearlas… ¡Pues es al revés! Los traumas no se curan, pero se aprende a vivir de ellos. Y se aprende gracias a compartirlos, a explorarlos y a vomitarlos delante del público y de quien te quiera escuchar.
Y de quien no te quiera escuchar también. Por derecho.
Levantas ampollas, de eso se trata el arte. Has sido amenazado por Al Qaeda y por el Opus, pero asumimos que es parte del proceso natural de tu obra ¿Cuál ha sido la amenaza más creativa que has recibido?
Tristemente, me he acostumbrado a las amenazas. Todos los días en redes sociales recibo alguna. Hace tiempo que ya no las recibo en mi domicilio, cosa que agradezco, ya que he tenido rupturas de pareja y situaciones muy difíciles a causa de esto. He tenido que llevar escolta tres o cuatro años por algunas amenazas…
Pero así es el proceso artístico. La reacción es una parte legítima del proceso creativo, incluso la violencia explícita.
Cuando me amenazó Al Qaeda, la ultraderecha me aplaudió. Cuando me amenazó la ultraderecha, fueron el otro bando los que me aplaudieron… Pero justamente Al Qaeda y Opus Dei están en el mismo palo. Son entes radicales —aunque no quiero usar esa palabra, porque me gusta—. Digamos entes extremistas que les da igual matar si con eso protegen sus ideales.
De alguna manera yo tengo para todos, en el sentido de todos los que haya que criticar algo. El que cometa genocidios o violaciones hay que criticarlos mediante el arte.
¿Como artista es tu obligación forzar los límites del derecho a la libre expresión?
Como artista yo no tengo obligación de nada. El artista es libre de hacer lo que le dé la gana, porque para eso es artista.
Más allá de eso, considero que en este momento de sobrecarga de imágenes (todo el mundo es fotógrafo, todo el mundo dibuja, todo el mundo crea), el artista debe ser responsable. Esta responsabilidad implica que el artista ha de tener un claro posicionamiento crítico social y político.
Lo que no puedo decir de otro artista es «esto no es arte», pero lo que sí considero es que el artista debe transformar, ¡joder!. Debe llegar al extremo. Y proteger la libertad de expresión es uno de los motivos.
La libertad de expresión en España no es que esté en peligro. Es que no existe.
¿Como ves la libertad de expresión en España?
Expuse una pieza en la quinta Avenida —y muchos otros museos de Latinoamérica— sobre la libertad de expresión en España y se trata de una ventana de la celda de Pablo Hasél durante 24 horas. Cómo se ve el día y la noche en una celda cerrada.
Yo creo que la libertad de expresión en España no es que esté en peligro. Es que no existe. Hay artistas en la cárcel, hay artistas condenados… España es el país —según Fremuse y Amnistía Internacional— por debajo de Irán y Corea del Sur, con más artistas condenados y considero que eso es algo que se debe denunciar.
La libertad de expresión es un derecho básico y yo he sido perseguido desde el minuto uno, quizás porque soy un amalgama de posicionamientos complejos en esta sociedad con esas anomalías democráticas.
Tu genealogía está siempre en tu obra. La enfermedad mental, el abuso, la prostitución, las drogas… Pareces volver obsesivamente a ello. Todo lo que haces es explícitamente autobiográfico ¿Son tus piezas autorretratos?
Sí, se podría ver así. Pero no vuelvo obsesivamente a ello, porque vivo en ello. Mi obra no es una vuelta al pasado, sino un incidir en el presente. No vuelvo a esos temas, es que es mi día a día. A lo largo de mi búsqueda de la supervivencia esas son mis pautas: sí, soy enfermo mental; sí, soy una persona adicta; sí, trabajo con la sexualidad al extremo, y dependiendo de la época trato un tema u otro.
En mis más de 500 obras sólo ocho hablan de temática sexual, aunque quizás por la propia temática han adquirido más notoriedad. Es el caso de Empatía y Prostitución, que se hizo muy relevante, y por ella pude colaborar con artistas como Marina Abramovic. Pero lo cierto es que en esa época era una persona bastante asexual, debido a mis traumas no trabajados de infancia y precisamente con esa obra pude trabajarlos de manera muy radical y muy catárquica y me ayudó mucho a construir mi sexualidad.
Con la enfermedad mental pasa lo mismo. No digo que el arte tenga porqué ser una herramienta terapéutica, pero en mi caso, que hubo muchos ingresos en psiquiatría, y sigo tratándome, creo que sin la parte artística yo no estaría vivo…
Cada obra creo que es una historia, una forma de enfrentar al espectador y a mí mismo a mis propios temores, y cada obra se puede entender individualmente como una introspección en torno a todos esos traumas y esos monstruos que viven en mí.
Haré una obra en la que yo muera físicamente.
Exploras tu pasado y también tu presente… ¿Que hay del futuro? ¿Como ves el mundo en unos años?
Cuando me invitan a Facultades —no solo de Bellas Artes, también Filosofía, Humanidades y Literatura— me hacen la siguiente pregunta: ¿Qué pasará cuando acabes de explorar tu pasado?
Pues el problema es que no se va a acabar nunca. Hay tal cantidad de material que tengo para tres vidas.
Así que el futuro va ser seguir incidiendo en todas esas mierdas que he heredado. Aunque es relevante decir que mi cuerpo no estará. Estarán las obras, pero quiero tener una obra que implique carga vital, es decir, una obra en la que yo muera físicamente. De hecho hay obras que funcionarán mejor sin mi cuerpo que con él, así que si llevo toda la vida diciendo que me obligasteis a nacer, qué mejor manera que decidir cuándo y cómo morir. Porque es mi derecho.
Las de Abel Azcona son obras inacabadas. Dejas el proceso abierto. Es como si quisieras que tus creaciones vivan independientemente más que tú.
Sí. Dejo el proceso abierto. Te voy a decir que lo que más he disfrutado en mi vida de todas estas problemáticas que he sufrido es dejar las obras abiertas y que estas se transformen por sí mismas. Que permanezcan latentes. Que vengan personas y que participen de forma activa en la obra.
Hay un cartel aquí del Cabaret Voltaire donde hay una fecha: «28/3/2022». Era una performance diseñada para fallecer en ella. Evidentemente ellos no sabían que iba a haber esta carga vital, sí sabían que iba a haber una intoxicación. Estaba decidida para esa fecha, pero el cartel tiene un logo de «cancelado». Decidí estar un poco más, sobrevivir, lo que al final supone una alegoría de la vida. ¡Vaya! ¡Abel Azcona haciendo una obra positiva!
Pero tengo ya fecha para esa pieza. Me la preguntan continuamente. El otro día, en un antro de mala muerte a las siete de la mañana un tío que no había visto en mi vida me preguntó por la fecha de mi muerte mientras se metía una raya de cocaína. ¿Me gustó ese momento? Sí. Es una pieza en sí misma. ¿Considero que forma parte del proyecto? Por supuesto. Y considero además que me merezco ese posicionamiento externo de todo el mundo esperando a que muera, esa espera, ese pequeño sufrimiento.
Cuando alguien dice:
Ay, no me entiende la gente cuando hago performance…¡Pues precisamente lo has elegido por eso, gilipollas!.
La performance, con tantos años (o siglos) de vida, aún sigue siendo la gran incomprendida en el arte. Reconozcamos que la pretenciosidad y el hermetismo de un buen puñado de artistas roza el ridículo pero consideramos que el mensaje de algunas de tus piezas (dentro de su complejidad) es cristalino. ¿Como explicas tu arte a una liebre muerta?
Todos los que hacemos performance queremos que sea la gran incomprendida. Y el que no lo quiere, miente.
Nos gusta la performance precisamente por ser tangencial, y por ser anti-académica, por estar en los márgenes. Es una disciplina que nos gusta por ser maldita.
Y cuando alguien dice Ay, no me entiende la gente cuando hago performance…
¡Pues precisamente lo has elegido por eso, gilipollas!. Si quieres que te aplaudan haces sublimación del arte, o arte como decoración, y llenas los Ikeas con láminas muy bonitas de limoneros, lechuguinos y conejitos. No te pones a hacer performances.
Y hablando de conejitos, has nombrado a Beuys, y de hecho voy a hacer pronto en Alemania una retrospectiva de obras de Beuys pasadas por mi discurso.
Beuys parecía inestable, pero tenía mucha estabilidad mental y mucho poder de lugar y espacio. Tenía una gran salud mental, cosa que yo no tengo. Estoy viendo la liebre muerta de verdad, aquí al lado ahora mismo.
Y cuando dices que hay gente que roza el ridículo en las performances… ¡Hombre, en la vida también hay gente que roza el ridículo!. Prácticamente todos rozamos el ridículo en la vida. Yo creo que el sentimiento más habitual al ver performances es el de vergüenza ajena, pero bueno… ¡pues te jodes!
En la casa de cada artista, el 99% de las pinturas es una puta mierda y nadie las va a ver. En la performance estás viendo el chasis de la creación, ese primer proceso. Esos bocetos de mierda que pintas en casa, nadie los va a ver, pero en una acción sí, porque precisamente necesitas a ese público que reaccione.
Creo que el artista es importante, pero es más importante el detonante.
Tu arte es colaborativo. Podría decirse que forman parte de tu obra tus detractores, tus seguidores. ¡Incluso tus abogados! A veces pareces ser tú la instalación y cederle la autoría a los demás… ¿Es realmente importante el artista o al final lo que queda es la obra?
Creo en el arte procesual. Creo que se ha usado poco el término —algo en los años 60 y después no se ha vuelto a usar—. Creo que ningún artista actual lo usa en la forma que yo lo uso, donde todo lo que pasa alrededor de la pieza puede ser entendido como la pieza en sí.
Sí, desde ese punto de vista mis abogados son meta-performers y performers conmigo. De hecho, me llamaron decenas de abogados que querían participar gratuitamente precisamente por el show ¿Qué hay más performance que eso?
Creo que el artista es importante, pero es más importante el detonante, y el detonante no lo hace siempre el artista. La intencionalidad sí es del artista y ahí sí hay una serie de debates que podríamos iniciar en este momento. Yo, como artista, he enlazado una serie detonantes que han durado hasta diez años, y considero que eso es el «crear» desde la pieza procesual.
Y por supuesto que lo que queda es la obra. Ahí me separo de Abramovic y su El artista está presente. Si la obra tiene éxito, el artista ni siquiera debe estar ni presente. El artista debe desaparecer.
Lo que está muy presente en tu obra es la religión. Desde luego una buena performance es convertir pan en la carne de Cristo para participar en una especie de canibalismo…
Tus «colaboradores» más fundamentalistas gritaban a las puertas de tus exposiciones una estupenda rima: «Abel Azcona, Dios te perdona»… ¿Crees en Dios? ¿Y si es así, crees que te perdonará?
No es que la religión esté en mi obra, es que está en nuestra vida. En España tenemos un estado construido sobre una base religiosa, somos uno de los países más católicos del mundo.
No puedo renunciar a la religión, porque me han educado dentro de un catolicismo extremo. Yo conocía a esos fundamentalistas que se estaban manifestando.
Yo provoco desde dentro, con conocimiento de causa. Y las cosas hay que quemarlas desde dentro porque arden mucho mejor.
Y no, no creo en Dios. No creo en mí mismo muchas veces, ¡imagínate en un señor con barba en una nube que te vigila y te ordena!. He creído en Dios hasta los 17. De hecho he estado en lugares muy vinculados al ultra-catolicismo en la adolescencia, pero cuando encuentro el arte, supongo que sea cual sea el motivo, empiezo a ser ateo.
Como otros grandes artistas del pasado (y del presente) has pasado por varios calabozos. ¿Te ha servido artísticamente esa privación de libertad?
La privación de libertad ha sido —y es— protagonista en mi obra. Desde siempre fueron detenciones continuas, y cada cierto tiempo vuelvo a tener problemas. Me han detenido en varios países y tengo prohibida la entrada en siete. Uno de ellos es Israel, por razones obvias.
Y no es que sea parte de mi trabajo, pero mi labor sí es enfrentar sistemas injustos y por lo tanto, es inevitable que te acaben deteniendo. Si enfrentas un sistema que está podrido de base, es lógico y coherente que el sistema te tenga continuamente vilipendiado.
Es el llamado SLAPP. Una estrategia donde te joden todo el tiempo, te demandan una y otra vez, y cuando sales en prensa eres siempre «el artista polémico». Y tengo muchas más obras que las polémicas, pero siempre se las arreglan para que estas siempre salgan en portada.
Generalmente me detienen por hacer acciones en la calle, pero el proceso más largo fue cuando estuve 2 años de autoexilio en Lisboa por negarme a acudir a los procesos judiciales en España. Estaba bajo una orden de busca y captura al tener siete querellas y doce denuncias por obras. Me han denunciado todos: Fundación Francisco Franco, Abogados Cristianos, Vox, Hazte Oír, el Arzobispado de Pamplona y Tudela… Y aunque todas estas denuncias grupos fundamentalistas y de ideologías fascistas las entiendo como parte del proceso artístico —quizás esto me ayuda a comprender, asumir y digerir las obras—, no quita que sea una vergüenza que un estado permita que un artista tenga que estar más tiempo en el juzgado que creando.
También te interesa la política. Podría decirse que eres un artista exclusivamente político. Habrá quien diga que todos los artistas son políticos, aunque el arte también es entretenimiento y evasión (otra forma de política) ¿Cómo lo ves?
Todos los artistas son políticos. Todas las personas lo son ¿no?
Si dices que no eres político, quédate en cama y no salgas. Y si haces eso estás siendo muy muy político.
Yo veo discurso en todo. Me levanto y veo discurso. Ya te he dicho antes que yo he nacido como objeto político al nacer obligado. ¿Qué hay más político que una puta heroinómana de 17 años arrastrándose por centros de la mujer de Pamplona siga consumiendo pensando que así se va a interrumpir el embarazo? Y nacer, ser abandonado y casi morir en una incubadora, y seguir adelante… Si eso no es ser político, ¿qué es ser político?
Y por eso ahora tengo todo el derecho a utilizar mi obra y a manipularla y a increpar con ella a quien me salga del pito.
Te has dejado sodomizar y abusar, te has prostituido, te has hormonado, te has jugado la vida con armas de fuego o paseándote desnudo por los barrios más peligrosos del mundo. Desde luego no se te puede acusar de poser, aunque vivimos en un mundo de apariencias, sobre todo en el arte ¿Existe el personaje de ©Abel Azcona, artista maldito, man in black, con sus tatuajes y su sombrero a lo Beuys… o lo que vemos es simplemente lo que hay?
¡Qué banalización acabas de hacer de mi trabajo! (risas)
¿Que no soy poser, eh…? Bueno, quizás hay posers que no tenemos consciencia de serlo. Pero en mí lo que veis es lo que hay, eso sí te lo garantizo. Así soy también en casa. Tengo bastantes ex-parejas que te podrían corroborar esto.
He vestido de negro todos estos años porque mi psiquiatra así me lo pidió (por motivos precisamente de evitar la construcción de un personaje). Y por supuesto, cada tatuaje de mi piel es una historia de abuso sexual o de maltrato. Como performances íntimas.
Estoy viviendo una vida pactada.
Se percibe mucho pesimismo en bastantes de tus piezas. El arte sirve para denunciar, para canalizar, para transformar… pero parece que te resistes a que sirva para curar. ¿No empezó todo esto a modo de terapia para exorcizar tu mierda? No nos dirás que el arte no te ha salvado…
Soy una persona pesimista, está claro. Pero porque tengo todo concebido desde esa obligatoriedad del nacimiento. Esa tristeza está en mí: los brotes, los dolores, la dificultad para sobrevivir. No, no creo en la cura. Estoy viviendo una vida pactada. Es como si hubiera pactado eso de que hay que nacer y vivir, y ahí sigo. Mientras, os lo echo en cara.
No sé si todo empezó así… A veces me arrepiento de haberme mostrado tan vulnerable, haberlo mostrado todo y haber sido tan excesivamente generoso con gente que no se lo merece. Es cierto que el arte me hace subsistir, pero la palabra terapia no me gusta. La cura en mi caso no funciona.
Hay gente que piensa que eso de morir en mi obra va a ser dantesco, terrible… un fracaso. Pero mira: gracias a que tengo datada esa obra, estoy vivo. Ha servido sin ninguna duda para prolongar mi vida.
Abel se marcha. Off the record se pregunta si se ha ido mucho de la lengua y nos transmite que simpatiza con el tono macarra de nuestra web, todo un halago. Esperamos volver a verlo en este mundo podrido que de vez en cuando nos obsequia destellos de belleza. Todavía le quedan algunas piezas interesantes por hacer en esta vida que le impusieron.