Amanecer
Desde el fin del mundo con desazón
«Confía en nuestra época, y sé brutalmente abandonado por el futuro»
Odd Nerdrum [1]
Con Odd Nerdrum se cumple a la perfección el viejo refrán de «donde pongo el ojo, pongo la bala», porque él, atrincherado en la retaguardia del arte contemporáneo, enarbola en su bandera a Rembrandt, Velázquez o Caravaggio y de ahí no sale. Recuerda a la imagen de aquellos evangelizadores que recibían en los cruces de caminos a los peregrinos y caballeros que partían a Tierra Santa, profetizando que no hay otro camino que el de la expiación de los pecados. Y si el arte contemporáneo peca últimamente de algo es de ser efímero.
A partir de un lienzo que de ancho mide la nada desdeñable cifra de casi tres metros, nos encontramos con una obra cuyas dimensiones en la antigüedad parecerían solo reservadas a grandes sagas monárquicas, a santas o a mártires. Y a la contra que las grandes panorámicas de los expresionistas abstractos, decide repasar con maestría la anatomía, el paisaje y la atmósfera propia de los grandes pintores del Barroco, con el tacto y la técnica de un pasado olvidado.
Amanecer es una obra pensada para perdurar.
En un paisaje desolado, como si un gran cataclismo se hubiese producido, se encuentran sentados cuatro hombres con sus bocas lanzando un ahogado gemido al aire, con las articulaciones de los pies arqueadas, en el límite entre la aflicción y el placer. Los hombres se encuentran semidesnudos, tan solo envueltos de cintura para arriba por un un chal que parece oprimirles los brazos, con un austero sombrero a juego. Al lado de cada figura una vara reposa en el suelo, como si nunca hubiese sido utilizada por sus dueños y desde luego abocadas a no ser empleadas jamás.
El escenario apocalíptico empleado es el reiterativo en la obra de Nerdrum, con sus suelos marchitos y su promontorios rocosos en luto, parecidos a un paisaje lunar. Melancólico y taciturno serían los adjetivos apropiados. A su vez, es protagonista el desnudo de los cuerpos y sobre todo la repetición. Al copiar las figuras de forma milimétrica y alternándolas en diferentes planos se le aporta a la obra la cualidad de la secuenciación y por tanto de la multiplicación, resultando en una escena condenada a repetirse una y otra vez, infinitamente.
Los colores estrictamente empleados son los propios de la paleta de Apeles: blanco, amarillo, rojo y negro; otra tendencia en la obra de Nerdrum.
A modo de anécdota, el cuadro fue comprado en Berlín por David Bowie, quien fue propietario del mismo hasta su muerte.