La princesa Tarakanova
Con el agua al cuello.
Una joven llamada Yelizaveta Tarakánova apareció un día en los palacios europeos afirmando ser la hija de la emperatriz Isabel I de Rusia y de su amante Alekséi Razumovski. Esta misteriosa mujer empezó a causar controversia ya que iba proclamando su sangre real y reclamando derechos de sucesión con documentos en la mano.
Por supuesto a los Románov no les gustaba un pelo esta publicidad. Ya había suficiente galimatías en la línea sucesoria familiar. Isabel I no había tenido hijos oficiales y tuvo que hacer números para designar a sus herederos, dejando finalmente el trono a su sobrino Pedro III, quien más tarde se casaría con Catalina II.
Por ello hubo quien vio a Tarakánova como la legítima heredera del imperio: una joven hermosa, culta y con un sospechoso parecido a su supuesta madre. Fuera verdad o mentira lo que contaba, no había duda de que la chica parecía de alta alcurnia. La zarina Catalina II, por el contrario, tenía numerosos detractores. Dejando de lado numerosos líos de alcoba y rumorología de papel couché, la emperatriz había llevado a cabo polémicas reformas agrarias, económicas y políticas que provocaron el descontento de bastantes rusos dentro y fuera del país.
La supuesta princesa Tarakanova empezaba a ganar simpatizantes y algunos nobles descontentos con la zarina vieron una oportunidad para derrocar al gobierno por lo que Tarakanova se convirtió de pronto en una seria amenaza que había que neutralizar. El conde Aleksei Orlov sería el encargado de acabar con la amenaza en una operación digna de una película de espías o una novela rusa del XIX.
El noble, todo un don Juan a modo de James Bond, sedujo durante meses a la princesa y la acabó engañando para casarse con ella. Pero cuando la subió a bordo de su barco y entraron en aguas rusas, la sorpresa fue mayúscula: la pobre Tarakanova fue apresada y llevada de inmediato a una fortaleza donde sería retenida y torturada hasta su muerte por tuberculosis.
El caso es que tras esta muerte nació una leyenda urbana en Rusia: la autoproclamada princesa en realidad había muerto tiempo después en su celda, ahogada tras una inundación del río Neva, próximo a la fortaleza.
El pintor Konstantin Flavitsky consideró esta leyenda digna de uno de sus lienzos y de hecho, este se convertiría en su cuadro más famoso y aclamado, ya que pocos más pudo pintar: su carrera fue truncada al morir con solo 35 años, solo dos años después de crear esta pintura.
Flavitsky retrata con su típico clasicismo a la princesa en esta angustiosa escena en la que el agua del río va entrando por la ventana. La joven, subida en la cama, espera su muerte. Perdida toda esperanza y con el corazón roto por el malvado Orlov, sabe bien que no va a salir de esa. No va a venir un príncipe azul a salvarla.
Aún así, Tarakanova muere como una verdadera princesa de un melodrama ruso.