Nicolas de Stäel
Francia, 1914–1955
Nicolas de Staël se pasó por el forro esa rivalidad de posguerra entre figuración y abstracción. Usó lo uno y lo otro, o quizás ninguno para adaptarlo a su su propia luz, su propio espacio. Cuadros llenos de materia y color, explícitamente libres que lo convierten en una de las figuras más importantes del arte francés tras la II Guerra Mundial.
Nacido en el San Petersburgo de los zares, tuvo que emigrar con su familia para salvar el pescuezo tras la Revolución Rusa. En Bruselas se inició en el mundo del arte, pero se marcharía al París de los años 30 (y a Marruecos y Argelia). Alumno de Fernand Léger, poco a poco fue metiendo el pie en el arte abstracto y pintando, muerto de hambre en los difíciles años 40.
Pero un pintor de su talento no pasó desapercibido y poco a poco fue haciéndose un nombre, sobre todo en Nueva York, donde el Expresionismo Abstracto arrasaba. Nicolas de Staël no era americano, pero hablaba el mismo idioma pictórico que estos tíos. El neoyorquino Paul Rosenberg se convertiría en su mecenas, con un contrato en exclusiva para adquirir sus pinturas.
Pero cuanto más demanda tuvo, a Staël se le cruzaron las claves y decidió hacerse figurativo, creando bodegones y paisajes. Mentalmente estaba deprimido y después de una discusión con un crítico de arte se tiró por la terraza de su estudio (11 plantas cayó su cuerpo). Tenía cuarenta y un años de edad.
En los quince años que desarrolló su carrera, nos dejó cuadros realmente buenos. Bloques de color que dialogan entre ellos, empastos gruesos y matéricos, como si fuera un escultor, y una evidente sensibilidad.