Cascada
Paradojas de perspectiva
No es casualidad que Escher haya vuelto transformado de su viaje a la Alhambra. Granada le fue insuperable: esa pretensión por imitar las formas del infinito que define a la arquitectura árabe tuvo en él un efecto irreversible, que lo volcó a buscar siempre aquello que tendiese expandirse indefinidamente, en ciclos inexplicables, en patrones que confunden a la mirada humana por ser inconmensurables. No es casual que el mayor impacto que tuvo fue el de las bóvedas, que parecen reverberarse hacia límites inciertos de luz, de sombra y de perspectiva.
Este carácter fragmentario de los techos le permitió encontrar otros horizontes creativos poco explorados en Occidente: ése que engaña al ojo y permite, en atisbos mínimos, ver apenas lo que la inmensidad absoluta nos oculta. Esta experiencia estética fue en definitiva la que influyó sus grabados más reconocidos, como Cascada (1961). Ésta es particularmente ilustrativa, pues no necesita desbordar en detalle para ser asertiva en términos de engaño visual: el triángulo de Penrose está ahí, y se enfrenta directamente al espectador, como una ilusión más provocada por el agua que cae.
Es interesante las distintas variaciones que Escher hizo a lo largo de su carrera artística de esta ilusión visual. Los ciclos que el artista cierra confunden la lógica con la que concebimos las cosas, pues rompen con los patrones que se aprecian en la realidad. Es entonces que Escher puede generar composiciones que retan la cognición del ser humano a través de trazos matemáticos escuetos: el artista explora los horizontes de lo cognoscible, y en este sentido, también, del entendimiento del ser humano: paradojas en la perspectiva que comprometen la comodidad que proporciona nuestra supuesta racionalidad.