El gato vigilante
Esperando algo bueno.
«Prefiero los gatos a los perros porque no hay gatos policía»
Soy una persona de gatos.
No me malinterpretéis: el perro es sin duda el mejor amigo del hombre y todo eso. Si lo llamas, ahí está, babeante y bonachón, dispuesto a ceder su vida para que seas feliz. Seas cruel o amable, siempre habrá amor en su mirada.
Un gato no es así en absoluto. Es lo antagónico: arrogante, egoísta, caprichoso, independiente… En el supuesto caso de que te obedezca, deja muy claro de que es porque él quiere. Va y viene, con sus andares aristocráticos, perdonándote la vida, dejando que existas a su alrededor. Asocial como pocos, nadie es digno de su presencia. No necesita a la sociedad y cuando no tolera algo te lo hace saber por las buenas o por las malas y no entiende de diálogos ni atiende a explicaciones. Manda él y punto.
Si te das la vuelta, ahí lo tienes destrozando tus posesiones más queridas. Todo es suyo, incluido tú. Le da igual si le proporcionas comida y techo. Un ser ingrato que te mira con el desprecio de un rey que es mejor que su súbdito. Un rey psicópata, por supuesto: parece que disfruta viendo sufrir a las criaturas que caza antes de asesinarlas cruel y fríamente, sin un móvil aparente. Y puñaladas no mete, pero sus uñas pueden ser más dolorosas que el alfiler más afilado.
Sí. Una criatura peligrosa. Y por lo tanto fascinante. Camina con la misma elegancia por los salones de un palacio que por los callejones más oscuros. Aventurero y pendenciero. Es el dueño de su destino, y su voluntad es la que triunfa. El superhombre de Nietzche seguiría siendo esclavo de su gato.
¿Cómo dejo que me traten así? ¿Síndrome de Estocolmo? Soy gilipollas, acaso…? Sí. Debo serlo. Pero no soy el único. Desde siglos atrás, muchos humanos, hasta las personas más inteligentes, brillantes y preparadas de cualquier civilización, perdieron su dignidad por el efímero cariño de un Felis Silvestris Catus.
Incluídos los artistas, claro.