Beatriz González
Colombia, 1938
¡Una artista! Gritó orgullosa una monja al ver la mandarina dibujada por Beatriz Gonzalez cuando contaba con diez años de edad. Cursaba el grado quinto de primaria en su ciudad natal (Bucaramanga, Colombia, 1938) y sin embargo sabía con certeza lo que iba a hacer con todos los días del resto de su vida: una artista. Años más tarde la crítica la nombraría madre superiora del pop art colombiano, precursora criolla del ready-made, o simplemente, pintora universal de provincia, categorías que a rechazado siempre con simpatía, pues se define humildemente como una artista que trabaja como testigo del desarrollo –antinatura- de la historia, una hacedora de iconos que registra sin adornos el entorno caricaturesco en el que habita.
Alumna del pintor Juan Antonio Roda, del diseñador David Consuegra y de la crítica e historiadora de arte Marta Traba, estudia en la facultad de artes de la Universidad de Los Andes en la ciudad de Bogotá. Luego profundiza en la técnica del grabado en la academia Van Beeldende Kunsten de Rótterdam. Sus primeros trabajos revelan un estudio muy consciente de las pinturas hechas por verdaderos gigantes de la historia del arte como Rafael Sanzio, Sandro Botticelli, Jean-Francois Millet, Paul Cézanne, Paul Gauguin o Edgar Degas, de quienes toma prestado el tema de sus cuadros. Luego remplazaría el lienzo y el óleo por objetos de madera y metal como mesas, bandejas, camas o escaparates que compraba en el mercado local. En ellos plasmaría una variedad de iconos nacionales, utilizando pintura de esmalte de colores planos y vibrantes. Pero el gran aporte al arte moderno colombiano lo haría en 1965 con la obra Los suicidas del Sisga, ganadora del Segundo premio especial de pintura del Salón Nacional de Artistas. Con esta obra Beatriz González no solo define las bases de su estilo, si no también la dirección temática que tomarían sus pinturas en los años posteriores. Desde entonces su trabajo –cada vez más comprometido- se alimenta de la reportería gráfica y la prensa nacional de un país en guerra, que sufre frecuentemente de olvido e incertidumbre.
De pincelada fuerte, figuras irregulares, escenas crudas y colores planos poco convencionales, Beatriz Gonzalez es la artista viva más relevante de su generación (después del encantador Fernando Botero) que además de la memoria activa de sus pinturas, nos ofrece una buena serie de publicaciones sobre la historia del arte nacional y un buen número de exposiciones en donde juega el papel de curadora. ¡Una artista! que no escatima esfuerzo alguno para enseñar a través de las imágenes todo lo bueno que se puede hacer en la vida.
Hoy sus obras se encuentran en las colecciones del MoMA de Nueva York, el Tate Modern de Londres, el Museo Reina Sofía de Madrid o el Museo de Bellas Artes de Houston.