Fabio McNamara
España, 1957
Una mecenas nos pide que hablemos de Fabio de Miguel, mejor conocido antaño como Fanny McNamara o Fabio McNamara. ¿Porqué no…? En HA! ya hemos hablado de Hitler o Jeff Koons. McNamara, mucho más enmarcado en lo local (la España post-franquista) y en unos años concretos (los 80), es también un personaje extravagante ligado al arte. Y aquí la palabra clave es extravagante, en unos tiempos grises en los que eso era suficiente para sobresalir.
Criado en la coyuntura, Fabio se rodeó da esa Factory tercermundista llamada La Movida, una corriente aparentemente transgresora perfectamente institucionalizada y aprobada por los poderes fácticos que mezclaba con mayor o menor acierto corrientes y movimientos artísticos post-modernos llevándolo a lo más banal y frívolo de una cultura sedienta de libertades, intentando satisfacer a una generación recién salida de una dictadura.
Fabio era casi la musa de La Movida, una figura provocadora entre lo kitsch y lo trash. Un icono LGBT que ejerció de artista del renacimiento: cantante, actor, pintor y creador continuo de happenings. Todo, evidentemente, empapado en drogas varias.
Y las drogas le frieron el cerebro. Ahora, décadas después, y reconvertido en fascista ultra-católico, McNamara sigue queriendo provocar a quien se deje. Su pintura es un reflejo de su físico propio de un balbuecante yonki sin dientes. Pinta a amigos de su generación, a sus ídolos (Franco y Bowie), e imágenes religiosas, que traviste a la manera warholiana primitivista hortera.
Su droga ahora es la eucaristía. Su arte sigue gustando a una generación de modernos irónicos que ven con nostalgia unos años en blanco y negro por mucho que se pinten de colorines fosforitos.