Franco

Tras la muerte del personaje que tenéis en la foto, España empezó a devorar e intentar digerir todas las corrientes culturales que se había perdido durante 40 años de dictadura. Los resultados fueron variados. (Casi) todos los creadores querían ser frescos y «modernos», y claro, casi todos envejecieron fatal.

Entre ellos estaba la transgresora figura de Fabio McNamara, icono pop y musa de esa corriente llamada La Movida, un movimiento cultural aparentemente subversivo, pero en realidad perfectamente institucionalizado y aprobado por los poderes fácticos para banalizar y frivolizar los ánimos revolucionarios, disfrazando el pijerío de siempre de libertad, que así se vende mejor. Se dejó al personal teñir los pelos de colores, neutralizando al mismo tiempo lo realmente peligroso, y la maniobra les salió genial.

Fabio fue el resumen perfecto de La Movida, un espécimen provocador entre lo kitsch y lo trash. Un icono LGTB que trabajó con el escándalo como principal (quizás única) herramienta. McNamara fue un excéntrico artista del renacimiento: cantante, actor, pintor y creador continuo de happenings. Todo, evidentemente, empapado en drogas varias.

En su día fue un soplo de aire fresco; cutre, pero incluso necesario. Hoy es un escombro humano que sigue pintando, pero reconvertido en fascista ultra-católico. Un ex-yonki con el cerebro frito que balbucea incoherencias contra los gays y ensalza la figura de Franco. Un artista pasado de vueltas que es mitificado por nostálgicos y parásitos que todavía viven de unos años que continúan siendo rentables, pues la frivolidad se ha asentado ya en lo más profundo de nuestra cultura.

McNamara pinta retratos de colegas de generación, imágenes religiosas y a sus ídolos, desde Bowie hasta Franco, que aquí representa travestido a la manera hortera warholiana, estilo que ya hemos visto un millón de veces. Un retrato del caudillo queer que pretende jugar ambiguamente entre el homenaje y la crítica, y se queda en algo tristemente vacío, por mucho maquillaje que lleve.