Franz Xaver Winterhalter
Alemania, 1805–1873
Proveniente de un pueblito perdido en lo profundo de la Selva Negra, Franz Winterhalter dejó su hogar a los trece años para convertirse en artista. Empezando como litógrafo, aceptando modestos encargos para ganarse el sustento diario, acabó entrando en la corte de los duques Leopoldo y Sofía Guillermina de Baden, gobernantes de la región natal de Winterhalter, que lo convirtieron en su pintor de cámara.
Este fue tan solo el primer paso del pintor dentro de los círculos aristocráticos. La reina de Francia, María Amalia de las Dos Sicilias, conocedora de su obra, se encargó de que Winterhalter viajara a la corte francesa para retratar a su familia (una treintena de obras). Desde Francia viajó al Reino Unido, ejecutando casi ciento veinte retratos y pinturas varias para la reina Victoria y su familia, y tras el ascenso al trono del emperador Napoleón III de Francia, volvió al país galo para convertirse en su artista predilecto. También visitó España para pintar a Isabel II, y recibió en su residencia parisina a nobles y aristócratas de toda Europa. Incluso el emperador Maximiliano I de México solicitó que Winterhalter lo retratara a él y a su esposa, poco antes de su ejecución. Al final de su carrera, había trabajado para casi una decena de casas reales y un sinfín de familias nobles francesas, inglesas, belgas, alemanas, rusas y españolas.
Sus clientes apreciaban la pintura del autor alemán por su estilo hedonista, idealizado, acorde a la mentalidad relajada de la época. Se dice que pintaba sin preparar bocetos previos, directamente sobre el lienzo, y que era él mismo quien elegía las poses y el vestuario de sus retratados.
Sus obras colgaban, pese al rechazo que siempre le mostró la crítica especializada, en todos los grandes palacios del mundo. Ningún pintor había llegado a establecer jamás (salvo con las excepciones, tal vez, de Rubens y Van Dick) una red tan extensa de mecenas regios. Todas las cabezas coronadas se peleaban por un Winterhalter, y pronto los numerosísimos encargos que recibía exigieron que fundara un taller propio, conformado por él y una serie de asistentes que le ayudaban en su producción retratística.
Hacia el final de su vida, el artista abandonó la tumultuosa París y regresó a su Baden natal. Durante una visita a la ciudad de Fráncfort en 1873 contrajo el tifus y murió en verano de ese mismo año.