José Guerrero
España, 1914–1991
Si tuviéramos que resumir a este artista en una palabra (en realidad, esta palabra sirve para cualquier pintor que haya sido relevante dentro del expresionismo abstracto), podríamos utilizar el término trinchera. Enfrentado estéticamente a la cultura de la posguerra española, pero sin abandonar mental y temáticamente su tierra, fue en Nueva York donde encontró y desarrolló plenamente su profunda investigación del color. Mi estudio es un campo de batalla
—dejó escrito en sus notas—, donde el combate tiene lugar cada día, con alegría.
En efecto, la obra de Guerrero contiene una viveza y una personalidad que le concedió un espacio y un lenguaje propios junto a expresionistas como Rothko con quien compartió conversaciones y talleres, y que le permitió dialogar con la abstracción de Paul Klee, con un interés muy similar por el color como herramienta.
Los cuadros de Guerrero son sensitivos, físicos. Atrapan la mirada del visitante con su rica textura. Si en los años cincuenta del siglo XX su obra (caracterizada por instantes explosivos de color sobre fondos tenues) encajó bien entre la modernidad estadounidense, en las dos décadas posteriores hizo cristalizar un trabajo fundamentado en formas más concretas y que guardaban relación con la imagenería castellana y su propia biografía: arcos, óvalos, cruces, fósforos… en sugerentes y extraños colores como el morado y el verde, o buscando la fiereza de los primarios (rojos extremeños, azules mediterráneos, amarillos desérticos), o con unos de los tonos de negro más subyugantes que hayamos visto. Si, como decía Jean Clair, la luz del taller es al pintor lo que la lengua materna al escritor, podríamos decir que Guerrero se expresaba en una extensa variedad cromática, en un contraste entre el vacío y el límite, entre lo trascendente y lo privado. En su obra más emblemática, La brecha de Víznar (1966), tenemos un perfecto ejemplo de cómo era la luz de Guerrero.
En los años sesenta tuvo una acogedora réplica en los fundadores del Museo de Arte Abstracto Español, más conocidos como el Grupo de Cuenca (Torner, Zóbel, Rueda). Los viajes entre España y Estados Unidos, aportando y extrayendo nuevas expresiones a uno y otro lado del Atlántico, fueron frecuentes hasta su fallecimiento en Barcelona. En los setenta, Guerrero sondeó artes como el diseño gráfico o la escultura, y se multiplicaron las exposiciones por Europa. Y en los años ochenta vivió finalmente un amplio reconocimiento con una gran retrospectiva en el Museo Reina Sofía. Posteriormente, en 2000, se creó el Centro José Guerrero en su Granada natal.
Si considera que el arte contemporáneo es aburrido, incomprensible, elitista o superficial, la obra de José Guerrero le demostrará lo contrario.