Penitentes rojos
La abstracción de un "cuerpo negro".
Los penitentes, además de los feligreses que buscan expiación, son pináculos de nieve sublimada que toman la forma de delgadas cuchillas que se reúnen en lugares de gran altitud. Los huecos que quedan entre ellos, debido a la radiación solar, se convierten en lo que los físicos llaman cuerpo negro: un objeto que absorbe toda la luz y no la refleja. En esta obra, si usamos un poco la imaginación, podríamos ver a gente rezando de espaldas, absorbiendo toda la luz, o quizá cabezas de cerilla carbonizadas. O simples arcos, nichos o cuevas, si nos ponemos todavía más prosaicos.
En cualquier caso, la obra emite una vibración y esa forma de serenidad cansada que imprime la lucha contra el espíritu. En esta época, Guerrero andaba preocupado por la vida del color. Quería descomponer el color, encontrar la luz interior de la pintura, indagar en su naturaleza, crecer en vertical y jugar con las texturas. En este momento de su vida buscaba el equilibrio físico y espiritual, y padecía de un inusitado interés por las acumulaciones ordenadas, las composiciones repetitivas y la idea de la contención, que tan presente estaba en esa arquitectura urbana neoyorquina que le cautivaba profundamente.
El uso de las formas semicirculares permite fijar nuestra atención, y a la vez nos concede libertad para movernos por la superficie de la obra. Un detalle fascinante es que los límites están ahí, pero son nuestros ojos quienes los define: son como pliegues, como dobleces en un papel. Tenemos que confiar (es decir, fiarnos con) en su existencia. El rojo sobre el que esperan los penitentes podría invitarnos a pensar que estas cabezas no flotan en el aire. Para Guerrero, el rojo era el color básico: Si cierro los ojos, el primer color que veo es el rojo.
Los contrastes del blanco y el negro sirven de apoyo a la calma dinámica que nos transmite el cuadro.
¿Quiénes son los penitentes? Guerrero cuenta que una de sus primeras sensaciones con el color fue cuando iba al catecismo: íbamos por las tardes a la capilla de un colegio de monjas donde había unas vidrieras de colores, y su luz, en la penumbra, brillaba en las cabezas de los calvos que estaban rezando allí, de rodillas, porque a aquella iglesia iban muchos calvos a rezar, y brillaban los colores rojos, amarillos y violetas.