Tracey Emin
Reino Unido, 1963
Exhibicionista, poseedora de la Orden del Imperio Británico, provocadora, niña terrible del arte contemporáneo, infantil, miembro del grupo de los Young British Artists, vacía… Esa es Tracey Emin, una artista que revolucionó el arte del nuevo milenio con su basura pretenciosa.
Emin estudió pintura, pero pronto vio que con eso no se podía vivir bien, más si se carece de talento. ¿Solución? Mostrar sin censura alguna su vida más intima (fotografías personales, paquetes de cigarrillos que llevaba su tío cuando murió decapitado en un accidente de tráfico, camas deshechas, tiendas de campaña con los nombres de la gente con la que se acostó…). Esa es una de las características de Emin: explotar su autobiografía de forma casi pornográfica.
Lo cierto es que su vida no fue fácil: violada en la adolescencia, padeció anorexia y alcoholismo, sufrió varios abortos y demás penurias… precisamente eso sirvió de material para su arte: vida y obra nunca estuvieron tan íntimamente relacionadas, o al menos nunca se le hizo tanto caso por parte de la crítica. Ella misma se encargaba de publicarla en todos los medios, saliendo borracha en la TV, por ejemplo, lo que le sirvió de incalculable publicidad.
Ya sea una sincera confesión, desnuda y verdadera, o bien una rabieta artística sin talento, la obra de Tracey Emin, nos guste o no, es una de las protagonistas del arte actual. Y tenemos que tragárnosla.