Jeff Koons
Estados Unidos, 1955
Jeff Koons es hoy el artista vivo más cotizado del mundo. Un broker de Wall Street más publicista que artista que comenzó a ser famoso en -como no- los años 80. Su filosofía de empresario especulador se basa en que más que la obra, hay que saber cómo publicitarla, y por ello fue el primer artista en contratar los servicios de una agencia de publicidad para promover su imagen, algo nunca visto.
Koons estudió pintura en el Instituto de Arte de Chicago y en el Colegio de Arte de Maryland. Después se dedicó a trabajar como corredor de bolsa en Wall Street en una época en la que, como todos sabemos, este repugnante oficio de cocainómanos engominados y superficiales estaba de moda.
Poco después se establece como artista comprando materiales en mercadillos de todo a 100. Por ello, desde el principio jugó con la polémica y la apropiación como base de su dudoso trabajo artístico, recibiendo en no pocas ocasiones varias demandas legales por violación a los derechos de autor (y no siempre obteniendo veredictos favorables en las cortes).
El tipo utilizaba objetos cotidianos de valor mínimo (algo que ya hizo Duchamp 100 años antes) pero enfocados al mass media y la publicidad, hablándonos supuestamente sobre los sueños de la clase media y la búsqueda ansiada de fama, dinero y estilo de vida. Algo que él mismo consiguió.
En 1991 realizó otro hito en su carrera: se casó con la actriz porno italiana Cicciolina, con la que realizó varias obras de «carácter conceptual».
Sus admiradores lo clasifican como minimalista, Neo-pop, conceptual y demás etiquetas rimbombantes. Ven en sus esculturas, instalaciones, pinturas, y fotografías a una especie de da Vinci del siglo XXI, pero mejor. Un «americano europeo», un tipo a tener muy en cuenta según muchos detritus que hoy guían, no sólo el mercado del arte, sino las escuelas de bellas artes de medio mundo.
Sus detractores ven en él la encarnación de los males que aquejan al arte actual: un arte inofensivo, banal, ejemplo de una posmodernidad cutre, ladrona y kitsch. En definitiva una celebración del consumismo, donde la exaltación de lo superfluo es más que evidente.
Aunque, pensándolo bien, su arte es un reflejo exacto de la sociedad en la que vivimos.