Globo de perro
Mierda de artista.
Dijo Chéjov en una ocasión que en el arte no se puede mentir, que no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir. Te acaban pillando.
Que Jeff Koons es un farsante, salta a la vista. Pero al mercado del arte no parece importarle demasiado. Si una pieza como esta vale millones (y además fabricada en serie, clonada en centenares de piezas de «edición limitada», en varios tamaños y colores y la más pequeña tasada en $50.000) ¿qué importa si es un arte banal y vacío? ¡Vamos a hacer caja!
Porque Koons no dice nada, y con eso lo dice todo en una sociedad cada vez más estúpida, más narcisista, más aislada de la realidad. Un mundo con cada vez más espectadores pasivos, infantilizados y caprichosos, que no cuestionan nada de lo que se les da y reaccionan igual a las mismas cosas.
Balloon Dog es otra «idea genial» del «genial artista»: hacer esculturas basadas en formas inflables típicas de una fiesta de cumpleaños infantil, en este caso de un perro.
El artista ya ha dicho por enésima vez todo lo que tiene que decir —insisto: nada—. La burbuja se está desinflando. Los museos de arte contemporáneo de 3ª división siguen queriendo su koons, pero parece que le ha llegado la hora. Ya no hace gracia… o quizás nunca la ha hecho.
Koons tiene sus defensores, por supuesto. Que si una crítica ultra-kitsch a la sociedad posmoderna, que si el globo es una metáfora autoparódica de la burbuja económica, que si irónico, que si un ejemplo de deslumbrante éxito…
¿Qué es el éxito hoy en día? Ganar dinero, evidentemente. Pero en arte, veremos si Koons pasa a la historia. En cien años, veremos qué dicen los historiadores de su arte y de la sociedad que lo compra. Como digo, a la larga te acaban pillando.