El gitano y el caballo
Yo te miro y tú me miras.
En esta obra maestra protagonizada por una mirada, el legendario fotógrafo checo Josef Koudelka nos alcanza el significado nuclear del acto fotográfico. Porque la fotografía va de eso, de mirar.
En la imagen se nos muestra un individuo encuclillado que parece estar manteniendo una conversación con un caballo encapotado que lo mira fijamente. La escena queda compuesta de manera magistral. Un fondo simple, pero algo torturado recoge la bellísima escena en su totalidad y sirve de magnífico telón. Nuestra reacción instintiva es pensar acerca de qué estarán conversando ambos individuos. Pero rápidamente caemos en la cuenta de que cualquier tipo de conversación verbal entre los dos sería imposible, por mucho que el hombre en la fotografía gesticule y hable a su equino amigo. Este no responderá con palabras.
Pero es que la belleza de esta imagen radica en hacernos reflexionar en que muchas veces la comunicación entre dos no puede, ni debe ser verbal. Es, por lo tanto, una apología del entendimiento necesario entre mundos diferentes, al encuentro entre diferentes realidades.
Esta pieza pertenece a la obra maestra del autor Gitanos, libro en el que se mostraban las imágenes que Koudelka había capturado durante largos años de viajes e incursiones a las poblados gitanos que habitaban en Checoslovaquia y otros países de Europa. Koudelka no era zíngaro, y sin embargo pareció alcanzar un estado de comunicación perfecta, de simbiosis con el medio de una cultura que le era totalmente extraña y cuyas tradiciones e intrahistoria se empeñaba en descubrir. El componente psicológico de la imagen es especialmente llamativo para el observador.
Yo desde aquí estoy convencido de que Koudelka no se identificaba con el hombre en la imagen, sino con el équido. Pues en ese ambiente, sumergido en ese mundo de rasgos salvajes, de tradiciones viscerales, el aguardaba y observaba a los personajes que lo rodeaban impasible, asombrado en su interior, intentando muchas veces traducir para sí mismo y para aquellos a quienes enseñaba este pequeño mundo a través de su cámara, que querían decir esas comunidades de individuos extraños que estaban tan cerca y a la vez tan lejos.
La obra de Josef Koudelka nos recuerda una vez más que la fotografía (y en general el arte) no trata de mostrar lo evidente, ni de reseñar lo convencional, sino de proponernos diálogos imposibles, situaciones inverosímiles, en las que estamos condenados a entendernos los unos a los otros. Cuando yo te miro, tu me miras.