La partida de críquet
Arcadia deportiva.
David Inshaw formó en 1975 la Hermandad de Ruralistas (unos urbanitas que, con muy buen ojo se mudaron al campo) y se puso a pintar The Cricket Game, primera de tres pinturas con este título.
En el entorno rural de Littlebredy, Dorset, Inshaw encontró inspiración para crear unas pinturas de un bucólico surrealismo, con largas sombras y una luz sesgada. Una británica mezcla de las atmósferas oníricas diurnas de de Chirico, la arcadia agrícola de Grant Wood y algunos efluvios post-victorianos típicos de los prerrafaelitas. Inshaw mezcla todo eso —y mucho más— para dar su particular versión de un paraíso rural, tan perfecto que roza el desasosiego.
Se practica sobre la hierba —elemento casi omnipresente en la obra de este artista— un deporte tan surrealista, tan absurdamente inglés que casi pertenece al mundo de los sueños de una tarde soleada. Se trata del críquet, juego que cuenta con más de 2.500 millones de aficionados (es el segundo deporte del mundo en popularidad), y que aún así parece pertenecer a otro planeta por su críptico misterio.
No tengo ni idea de cuales son las reglas de este extraño juego, aunque creo que tienen que ver algo con la física y la gravedad. Y no me queda claro que las pinturas de Inshaw trabajen nuestras fuerzas físicas. Más bien parece que se esté jugando al críquet en Tatooine.
El sol se pone y sale la luna. La hierba y el cielo se lo comen todo. Solo algunas diminutas figuras, vestidas de blanco, salpican el lienzo con sus pequeños movimientos que casi nos hacen adormecer.