Los embajadores
Mucho más que un retrato.
El embajador francés en la Inglaterra de Enrique VIII (a la izquierda) le encargó un retrato a Holbein y este lo inmortalizó junto al también diplomático Georges de Selve (a la derecha).
Además de la precisión y virtuosismo de Holbein, el cuadro llama la atención por varios motivos. El primero es que está lleno por todas partes de símbolos políticos o morales como el laúd con la cuerda rota (representando la reciente discordia entre católicos y protestantes), el crucifijo apenas visible en un lateral, o más elementos relativos a la aritmética, la geometría, la música y la astronomía (las cuatro ciencias matemáticas del Quadrivium).
Pero sobre todo es famoso por esa extraña figura que parece no formar parte de la pintura pero está en primer plano. Mucho tiempo se especuló sobre su significado hasta que a alguien se le ocurrió mirarla reflejada en el dorso de una cuchara.
Entonces aparece ante nosotros un cráneo. Es una anamorfosis (deformación reversible de una imagen producida mediante un procedimiento óptico) del hueso que protege la cabeza, el verdadero protagonista del cuadro. Entre los dos retratados, entre las artes y las ciencias, está ese cráneo flotante que nos recuerda nuestra mortalidad, siempre presente aunque no pensemos en ella.