Veleros de papel
Vlaminck toma el óleo del tubo y lo aplica directamente al lienzo.
Los rizos apacibles del Sena son un tema de interés para Maurice Vlaminck. Particularmente en los alrededores de París, donde el río puede extenderse hacia una esencia más silenciosa, y el artista, retirarse al recogimiento de la provincia francesa. Tal vez es la versatilidad de las aguas la que se refleja en el carácter más bien dúctil de su composición: las pinceladas se amoldan a las necesidades más esenciales de los objetos, y es así como los árboles mimetizan el alargamiento de sus propias sombras.
Sin embargo, es en esa misma apacibilidad de las crestas del Sena que Vlaminck experimenta con los extremos más radicales del color: toma el óleo del tubo y lo aplica directamente al lienzo, haciendo gala de un empaste más bien salvaje, que va muy bien con la etimología del mismo movimiento —siendo que fauvismo viene de fauve, que en francés quiere decir fiera. Y es en esa misma furia fascinante que el francés remueve los volúmenes y los adapta a sus necesidades más sutiles: si hay que alargar las carreteras del campo con pinceladas amarillas en horizontal, que el pincel guíe al ojo en esa corriente inestable.
Es interesante que, a pesar de este carácter más bien intranquilo de sus años más jóvenes, la crudeza de la edad haya plasmado un velo denso en la composición de Vlaminck. Las formas más bien básicas que lo distinguían se solidifican, y adoptan un carácter más solemne, pero etéreo, como en La Seine en Chatou (1908): cae el fauvismo y se condensan sus figuras, movidas ahora por aires más fríos, más pesados, más añejos. Los tonos del cielo tempestuoso se reflejan suavemente sobre la superficie inasible del Sena, que lleva sobre su lomo manso una embarcación que se conduce con ligereza a pesar de la tormenta inminente. El salvajismo inicial se vuelve casi inconsciente, y la composición adquiere una dureza diferente, que contrasta con la elección de blancos del velero volátil, casi de papel.