Alonso Cano
España, 1601–1667
Nacido en Granada en 1601, Alonso Cano fue hijo de padre ebanista y arquitecto de retablos, del que aprendió el oficio y gracias al que se inició como futuro arquitecto de éxito. Fue un autor muy prolífico, una suerte de artista que destacó en todas las artes. Infravalorado en múltiples ocasiones, ha sido uno de los pocos en conquistar todos los campos, desde la arquitectura al dibujo, pasando por la escultura y la pintura. Polifacético como pocos, genio como muchos de sus contemporáneos, el granadino fue uno de los últimos grandes exponentes de una de las generaciones más magníficas de la Historia del Arte.
Su naturaleza pendenciera, junto con su carácter orgulloso y violento y ciertos episodios dramáticos (como la muerte de su esposa, de la que fue acusado y absuelto), influyeron en que su existencia no fuese tan brillante como merecía y podía llegar a ser.
Se trasladó al taller de Francisco Pacheco en Sevilla en el año 1614, donde comenzó su aprendizaje y donde conoció a Velázquez, del que fue compañero en el estudio y con quien trabó una gran amistad. En la capital hispalense dio sus primeros pasos en la pintura y la escultura, siendo también discípulo de Martínez Montañés. Consolidado como pintor independiente desde 1626, el Conde-Duque de Olivares lo llamó a la Corte doce años después.
Destacó más como dibujante que como pintor. Fue uno de los más sofisticados de su generación, tanto que Antonio Palomino resaltó su capacidad de dibujar todo lo que desease. Fue muy minucioso en el análisis y comprensión de los modelos antiguos, y dio gran importancia al estudio y diseño previo de sus obras (tanto es así, que se le llegó a acusar de ser poco aficionado al trabajo). No obstante, el granadino nos ha dejado lienzos de gran calidad pictórica, como El Milagro del Pozo, una obra maestra de personalísima expresión plástica y libertad pictórica, fruto de su aprendizaje y su evolución como artista.
En 1652, Cano volvió a la ciudad que le vio nacer, en donde retomó su faceta de escultor y se ordenó sacerdote. Fue el máximo exponente de la escuela granadina de escultura, caracterizada por tallas pequeñas y un equilibrio entre el realismo y el idealismo, como quedaría representado en la Inmaculada del Facistol. También en esta última etapa intervino como arquitecto, siendo especialmente reseñable su diseño para la fachada principal de la Catedral de Granada. No pudo ver su proyecto en construcción, pues ese mismo año de 1667 le sobrevino la muerte, dejando al mundo del Arte Español huérfano de uno de los artistas más completos de la historia.