Autorretrato
Pocos posaban para Vincent.
Van Gogh acudió en sus últimos años de forma repetitiva al género del autorretrato, realizando más de 30.
Con sus características líneas ondulantes cargadas de color, en 1889 se pintó una vez más a si mismo. Esto se debe en parte a que había muy poca gente que estuviera dispuesta a posar para sus cuadros.
En esta pintura vemos a Vincent situado en el centro de la composición. Su actitud es calmada, aunque sus ojos claros se clavan en el espectador y nos miran con intensidad junto a sus cejas que nos indican cierta turbación, probablemente a causa de la enfermedad que lo acosaba.
El pintor se encuentra inmovil, pero da la sensación de que su barba, su pelo y el fondo se mueven, debido a las líneas curvas y diagonales que transmiten un movimiento constante en la obra.
Los colores fríos de tonos celestes, turquesas y verdes presiden la mayor parte del espacio y están presentes tanto en el fondo como en el traje que lleva puesto. Son los tonos cálidos, como los naranjas de su barba y su pelo los que resaltan y hacen que centremos nuestra atención en el rostro del pintor.
El lienzo está pintado con trazos firmes y ondulantes, pero a su vez son rápidos y sueltos, creando la textura características de los cuadros del pintor holandés.
También cabe destacar que, a diferencia de otros autorretratos en los que aparece con un aspecto más descuidado, en este cuadro Van Gogh se muestra elegantemente vestido. Si nos centramos en su traje, podemos observar el dinamismo en su ropa, que crea con cada pincelada pequeñas olas en la tela.
Van Gogh envió el cuadro a su hermano Theo, adjuntando una carta que decía lo siguiente:
«Necesitarás estudiar el cuadro por un tiempo. Espero que notes que mis expresiones faciales se han vuelto mucho más tranquilas, aunque mis ojos tienen la misma mirada insegura que antes, o eso me parece a mí.»