Autorretrato con caballete
Autorretrato de un artista a punto de desaparecer.
Felix Nussbaum era un pintor alemán. Un buen pintor que cosechó éxitos y ayudó al arte de su país. El único problema era que era judío, y eso en la época que le tocó vivir, fue nada menos que el motivo que acabó con su vida.
En los días que pintó este autorretrato Felix estaba huido en Bélgica. Sabía que en Alemania su futuro peligraba. Ya había estado preso y había sido testigo de la crueldad de los nazis, pero por la cara de relativa tranquilidad que tiene en el cuadro, seguramente no podía imaginar —¿quién podría imaginar semejantes atrocidades? — que en menos de un año sus cenizas, acompañadas de las de su esposa Felka Platek, ascenderían al cielo por las chimeneas de Auschwitz.
Nussbaum se pinta despreocupado, con el torso desnudo y fumando su pipa. Con calma nos mira directamente, buscando algo de complicidad, si no es en 1943, quizás en el futuro. Una sonrisa casi parece dibujarse en su rostro, a veces puede que se olvide que está viviendo en su escondite en el ático.
Por eso algo de inquietud, de melancolía, de tensión hay en este autorretrato. Quizás por la propia sombra del retratado, que produce ese efecto desestabilizador tan utilizado por el expresionismo. O quizás esa máscara, con esa mueca de terror que seguramente el artista había visto en los campos de concentración de los que consiguió escapar del sur de Francia. O quizás son esos frascos abiertos que contienen cosas como “humor”, “nostalgia”, “sufrimiento” o una muy premonitoria calavera.