El bote blanco
Sorolla ante el reto de plasmar el agua transparente con sus reflejos y matices.
Sorolla visita por primera vez Jávea en 1896 y se enamora:
«Jávea sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar… estaré algunos días. Si estuvieras tu, dos meses… ¡¡Qué mal hiciste en no venir!!, serías tan feliz… ¡gozarías tanto! […] este es el sitio que soñé siempre, Mar y Montaña, pero ¡qué mar!».
En 1905 el pintor prepara su primera gran exposición individual en París, y decide pasar un largo verano pintando en ese lugar.
Sin aumentar los colores de su paleta, (que en los verdaderos coloristas, son pocos), extiende y multiplica el número de matices y contrastes audaces y se apasiona con el desafío de pintar bajo las aguas transparentes el doble movimiento de los niños y las olas que descomponen y recomponen las siluetas.
Impresionismo, pero estilo Sorolla.