
El cirujano Pávlov en el quirófano
La luz de la ciencia.
Pequeñita pintura del enorme Repin, que más bien parece un bosquejo. Quizás lo sea. O quizás sea su propio y humilde homenaje a La lección de anatomía del doctor Tulp, que de alguna manera es un documento de los avances científicos del Barroco.
A finales del XIX la medicina también estaba desarrollando un enorme avance y muchos artistas decidieron plasmar este nuevo escenario casi de futurismo steampunk: cirugías cada vez más específicas, nuevas anestesias, antisépticos, rayos X, transfusiones, torniquetes…
En Rusia brillaban algunos de los médicos más sobresalientes de Europa: el neurólogo y psiquiatra Vladimir Béjterev, el fisiólogo Iván Sechenov, el fundador de la cirugía de campaña Nikolay Pirogov y el retratado aquí, el famoso Iván Pávlov… Sí, el del «perro de Pávlov».
De hecho Repin y Pávlov eran supercolegas y el artista retrató en varias ocasiones al descubridor del condicionamiento clásico y futuro premio Nobel.
Aquí lo retrata en plena faena, en un hospital pintado en un azul y en un blanco inmaculados para plasmar la limpieza que había en el sitio. Un quirófano lleno de luz con un personal adecuado, vestido y equipado. Es como si la luz de la ciencia lo iluminara todo.
Sin embargo, por mucho que avance la ciencia, parece que la operación se va a arreglar a martillazos. Con un mazo y un cincel, Pávlo realiza su arte en el dolorido anillo pélvico del paciente que quizás necesita un poco más de anestesia. Al parecer, en esos inicios de la medicina moderna, los anestesistas se andaban con mucho cuidado para evitar sobredosis.