El David de Miguel Ángel
Quizás la obra escultórica más popular de la historia del arte.
Al bloque de mármol de Carrara que acabaría siendo el David, los canteros lo llamaban “El gigante”. Medía más de 5 metros de alto y varios escultores habían intentado sacar algo de él sin éxito. Agostino di Duccio incluso dejó en el bloque un terrible agujero, quedando la pieza prácticamente inutilizada.
Pero en 1501, Miguel Ángel decide ponerse a ello (recordemos que tenía 26 añitos). Se pasó mucho tiempo mirando el bloque, que estaba en el patio del Departamento de Obras de la catedral, comido por la maleza. Dio vueltas a su alrededor durante meses. El artista ya estaba esculpiendo.
Ho visto un angelo nel marmo e ho scolpito fino a liberarlo.
(Vi el Ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad.)
Miguel Ángel ya hablaba en sus escritos de la relación íntima que establecía con el mármol desde la cantera, y definía su trabajo como simplemente liberar o hacer salir la forma que ya estaba ahí.
Cuatro años se pasó Miguel Ángel esculpiendo la obra. A las pocas semanas de comenzar, el escultor pidió que levantaran cuatro muros alrededor del bloque, para poder protegerlo de los curiosos. Y claro, la expectación era máxima.
Poco se sabe de como fue naciendo la escultura. Miguel Ángel era un tipo que apreciaba el secretismo en el trabajo. No le gustaba nada que le observaran mientras trabajaba, quizás porque los curiosos y los críticos le ponían nervioso, o quizás porque quería mantener en secreto su método de tallar.
El caso es que cuando al fin se mostró la pieza, se derribaron los muros como en un gran espectáculo, y la gente quedó estupefacta.
Todo el mundo vio al fin el David, una colosal escultura que sobrepasaba los 5 metros y parecía más bien Goliat.
Lo que en principio era una escultura religiosa, tomó inmediatamente connotaciones políticas. Los Médicis habían sido expulsados de Florencia y la ciudad se había transformado en una república, por lo que el David fue visto como un símbolo de libertad, una obra de arte que recordaría a los gobernantes que debían proteger a Florencia de la injusticia, como había hecho el rey David.
Por supuesto hubo críticos. Sobre todo por la desnudez del joven, pero eran otros tiempos. Hace 500 años había una cierta libertad artística que incluso permitía el desnudo en el arte religioso (mirad el otro gran ejemplo de Miguel Ángel, la Capilla Sixtina). Dudo que una iglesia construida hoy en día permitiera tanta carne al descubierto.
Miguel Ángel no quiso vestir a su David porque para él la desnudez simbolizaba al hombre en armonía con la naturaleza.
Así vemos un desnudo explícito, sin hojas de parra ni pixelados. David exhibe su “pene pequeño” pues la proporción del cuerpo así lo necesitaba. Además ese tamaño era el ideal de armonía y simbolizaba la virtud, la superioridad espiritual, la belleza del héroe.
En ese sentido llama la atención que David, rey de los judíos, no está circuncidado. Muchos dicen que esa es la prueba de la visión que tenía el arte renacentista del ser humano, menos ligado a la religión y más a los valores de la belleza.
Pero en general todos quedaron extasiados con semejante obra de arte.
Vasari dice que “cualquiera que haya visto al David no tiene necesidad de ver otra cosa de ningún otro escultor vivo o muerto”.
El David de Miguel Ángel es desde entonces el ideal de belleza masculina. Un hombre musculoso, en tensión y preparado para el combate. Su cuerpo está girado con un ligero contrapposto, su cabeza mira hacia su izquierda (hacia Roma), con los ojos fijos en su objetivo, con el ceño fruncido.
Es increíble que con un cincel, Miguel Ángel consiguiera semejante delicadeza. Ni siquiera hizo modelos de yeso previos a escala real, como hacían otros artistas de la época. Escultóricamente, El David fue una obra creada para ser contemplada desde distintos puntos de vista, al contrario que la manera medieval, que diseñaba las esculturas para ser vistas exclusivamente desde el frente.
Destaca el detallismo en los músculos, las venas, las uñas… Sólo le falta hablar.
Es un paso adelante de su anterior obra, el Moisés, de tal realismo que cuenta la leyenda que, al acabarlo, el artista golpeó la rodilla derecha de la estatua y le dijo “¿por qué no me hablas?”, sintiendo que la única cosa que faltaba por extraer del mármol era la propia vida.