El jilguero
La última obra de Carel Fabritius.
Pero ¿qué dice el cuadro sobre el mismo Fabritius? Nada sobre devoción familiar, romántica o religiosa; nada sobre temor cívico, ambición profesional o respeto a la riqueza y al poder. Sólo un diminuto corazón palpitante y soledad, una pared iluminada por el sol y la sensación de que no hay escapatoria.
Donna Tartt, El Jilguero (2014)
A veces las pinturas más sencillas pueden resultar misteriosas, incluso desconcertantes.
Este lienzo de reducidas dimensiones presenta a un jilguero, un pequeño pájaro con un aspecto muy característico: cuerpo marrón, algunas plumas negras, otras amarillas y su cabecita de color rojo.
En una de sus patas tiene una anilla, que lo mantiene atado a su percha, en cautividad. Fabritius podría habernos mostrado al jilguero como un pájaro frágil y asustadizo, pero no lo hace. La pequeña ave mira fijamente hacia el espectador con sus diminutos ojillos negros. No se considera insignificante pese a su tamaño, más bien al contrario, es una criatura muy valorada por su belleza y su canto.
Para darle aún mayor protagonismo, el artista no pintó fondo alguno, simplemente una pared clara, tocada por el sol, de ahí la sombra a la derecha, generando un efecto de claroscuro e incluso un trampantojo, con la fuerte sensación de realismo que embarga a la obra.
Además, Fabritius utiliza la técnica del empaste cuando pinta al pájaro, su cuerpo muestra diferentes espesores en las diversas zonas de color, haciendo especial hincapié en la pluma amarilla, y en el rojo de la cabeza, que aunque en la actualidad pueda verse algo desgastado, muy probablemente era de un tono más intenso cuando fue pintado, dándole más colorido a la composición.
Los jilgueros eran mascotas populares en el siglo XVII, no sólo por su belleza y canto como he mencionado antes, también por su habilidad para ejercer ciertos trucos, por ejemplo la capacidad de sacar agua de algún recipiente mediante un dedal. Eran un pequeño placer para la vista y un entretenimiento, pero de ahí a pintarlos y que uno llegara a ser el protagonista de un sólo cuadro hay un buen trecho. Por eso resulta una pintura sorprendente, atípica si tenemos en cuenta la época en la que fue pintada, ya que si se realizaban obras con aves en ellas solían ser bodegones o naturalezas muertas, donde estos yacían muertos, normalmente colgados por las patas, como trofeos de caza.
Para aumentar el aura de misterio, se considera la última obra de Carel Fabritius, que pintó el mismo año de su muerte, 1654, tal y como podemos ver en el cuadro, firmado y fechado, año en el que se produjo una fuerte explosión en la ciudad de Delft y el joven artista fue una de las víctimas. El cuadro del jilguero, por casualidades de la vida, sobrevivió, se salvó entre otras pertenencias del taller de Fabritius, reducido a escombros.
Tal vez este bello pájaro deseaba que tuviéramos la oportunidad de contemplarlo en los siglos venideros, negándose a desaparecer para siempre…
Si os ha gustado esta pintura, os recomiendo la novela El Jilguero (2014) de la escritora estadounidense Donna Tartt, una historia fascinante de la cual este cuadro es protagonista.