Esclavo moribundo
Placer cincelado.
El Esclavo Moribundo es el hermano del Esclavo Rebelde, las esculturas de bulto redondo que originalmente hubieran formado parte del conjunto escultórico para el monumento funerario de Julio II (allí donde se encuentra su Moisés). Al parecer, el pontífice llegó a modificar numerosas veces el diseño de su monumento funerario —inicialmente este iba ser de forma piramidal y a ubicarse sobre la tumba de San Pedro, donde actualmente encontramos el Baldaquino de Bernini). En consecuencia, Miguel Ángel llegó a desechar al Esclavo Moribundo y a su hermano el rebelde, enviando al moribundo a Francia como regalo a un conocido.
Centrémonos en la obra de manera individual, por historia que contenga, y sepamos apreciar el verdadero erotismo y placer cincelado. Miguel Ángel esculpió una forma que conduce pasión por cada uno de sus apéndices anatómicos, deliberando un movimiento, ritmo y voluptuosidad que gangrenan placeres andróginos. Este deslizamiento provocado recibe el nombre de línea serpentinata; es por ello por lo que Miguel Ángel se inspira directamente en fuentes clásicas como Laocoonte y sus hijos o en la curva praxiteliana (un mayor acentuamiento de la rotura pélvica —contraposto— para promover la torsión de la figura, generando así una especie de «s» que se derrama sobre el perfil de la figura).
No es casualidad que ambas esculturas (esclavo rebelde y moribundo) recibiesen esos nombres por los Románticos, siendo esta obra la sedentarización absoluta del raciocinio humanista y el acercamiento a una postura vital virgen de toda imposición terrenal. El desprendimiento de los ropajes que inconscientemente elevamos hacia un estamento que no merecen y que, rebosada la frustración, tiramos al suelo y nos intentamos lavar las manos en beneficio del desprendimiento del frío mármol que ya no es aterciopelado.
La efervescencia del erotismo miguelangelesco se muestra nítidamente en obras posteriores como El Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini; San Sebastián, de Ángel Zárraga o incluso llegando a esferas vanguardistas a través del erotismo metálico de Tamara de Lempicka.