Hércules y la hidra de Lerna
Sugerir, no describir.
A Gustave Moreau siempre le interesó el amor por los sueños, la ambigüedad y los misterios en el arte. En lugar de representar el mundo material, se centró en la mitología, la religión y los enigmas de la Historia. Su lema: sugerir, no describir.
Obras como Hércules y la hidra de Lerna abren las puertas a soñar nuevas interpretaciones. El espectador se enfrenta a un espacio rocoso, sin definir, un paisaje evocado. La neblina invade la escena entre la que destacan los reflejos brillantes de las armas de Hércules. Sobre la quietud se alza la oscura Hidra de Lerna y sus 7 cabezas cuyas víctimas yacen bajo ella en el suelo pantanoso. Al otro lado de la escena, un Hércules iluminado desafía al monstruo para completar sus 12 trabajos. El mar separa las fuerzas de la luz y la oscuridad, el bien contra el mal. Otra de las interpretaciones se refiere a las preocupaciones políticas de Moreau. La derrota militar francesa frente a Prusia en 1871 nos lleva a pensar que quizás Hércules personifique a Francia y la Hidra a Prusia. Aún así, el arte de Moreau se abre a la imaginación del público.
En definitiva, la obra genera un ambiente de intriga y exotismo gracias a los detalles preciosistas. Los críticos de la época consideraban demasiado extravagante el interés de Moreau por sus escenas orientales.
El efecto final de la obra es similar a la literatura simbolista del momento (Las flores del mal de Baudelaire, por ejemplo), a pesar de que Moreau se consideraba un pintor de historia y siempre rechazó ser un artista literario.