La aparición
Visiones que hacen perder la cabeza.
Parte fundamental del selecto club de las mujeres voluptuosas y fatales, Salomé es el paradigma del mortal signo lunar, vinculado a la virginidad y a la muerte. Así Moreau la percibió en su visión del tema que luego Oscar Wilde plasmará en su famosa obra de un solo acto.
Si bien los Evangelios proscriben a Salomé a la imaginación de sus lectores, Flavio Josefo la identifica y no es hasta el Renacimiento-Barroco cuando el personaje cobra fuerza como tema pictórico, llegando así hasta la Modernidad en todo su esplendor, esencialmente al período platónico que le corresponde: donde Gustave Moreau (1826–1898) se marca un triple.
De familia empastadísima, pintó el tema de Salomé hasta la saciedad, pero no se limita a pintar los elementos de la escena sino que va a reinterpretar la figura de la joven judía a lo largo de dieciocho años, de 1870 a 1888, período en el que realiza distintos óleos, acuarelas, más de 120 dibujos, bocetos, etc.
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Por aquel entonces el Simbolismo estaba dando mucha cera renegando del Naturalismo, y ya debe de ser porque a los historiadores del arte siempre les ha dado vergüenza ajena, o porque nunca se ha considerado como algo serio, el movimiento no se incluye entre las Vanguardias, si bien muchos de sus artistas cumbre estaban ya metidos hasta las tetas en la loca fiesta simbolista.
En esto que algunos llaman «fin de siglo», el Simbolismo siempre fue un circo en el que cabía todo el mundo (fuera de los exclusivos Salones de la Rosa+Cruz): monárquicos, católicos, fumadores de opio, los que se iban de trapeo a Tahití o aquellos que acababan en un burdel al norte de África…
En este plan, Gustave Moreau, reconocido como padre del Simbolismo, representa esencialmente las bases del género: dibujo fino y preciosista, estilo recargado, temática mística vinculada a religiones antiguas, mitologías varias, etc…
La escena representa el momento en que, posiblemente, en medio de un baile lascivo al borde del éxtasis, enmarcada en una explosión damascena, Salomé presencia a modo de visión el vuelo de la cabeza cercenada de Juan el Bautista, regalito que ella misma reclama jaleada por su madre al rey Herodes.
En un horror vacui absolutamente TOC, la composición dual de perfil de los personajes clave será una de las marcas de Moreau, imitada por sus alumnos y discípulos. Las formas son precisas y medidas al detalle, incluyendo técnicas experimentales como rayado y delineados, todo imbuido de destellos dorados y motivos orientales.
La obra tampoco se resiste a ser percibida por los sentidos: es palpable el olor desmedido de la nube de incienso, el picante olor de la sangre derramada por los suelos regados de capullos en flor, e incluso pueden escucharse los tenues acordes de la mujer que toca la guitarra en el suelo.
Entres las numerosas versiones del cuadro destacan la acuarela del Museo de Orsay (utilizada para este análisis), expuesta por primera vez en el Salón de París de 1876, y el óleo de la Casa-Museo de Gustave Moreau, mucho más personal y con un marco que quita el sentido.