La Paloma
Pintura de otra dimensión.
En un momento crucial de su vida, una especie de «llamada mística» hace que Hilma af Klint deje las representaciones orgánicas para introducirse en el mundo sobrenatural (se interesó en la teosofía y en antroposofía) y de esta manera convertirse en una especie de canalizadora de energía y utilizar la pintura como una herramienta perfecta donde plasmar sus visiones astrales.
Todas sus obras parecen importadas de otra dimensión. Círculos concéntricos que parecen agujeros de gusano, esferas que emulan planetas, pirámides cromáticas imitando a alguna especie de templo estelar, animales, flores…
Fue pionera en el arte abstracto haciendo de la geometría su leitmotiv.
Esta obra en concreto es alucinante. Como alucinante es todo su trabajo. Podemos contemplar como la obra se divide sutilmente en tres partes: la superior, la central que abarca la mayor parte de la obra, y la inferior, separada de la central por una especie de superficie lisa.
En la parte superior, a la derecha, la luz solar, en este caso representada en color amarillo, contrasta con el tono azul claro de la izquierda. Los dos tonos que asociamos al cielo, tanto terrenal como espiritual, pero también pueden representar lo masculino y femenino.
En la parte central una enorme esfera se divide a su vez en dos partes por el medio. El lado derecho en tono blanco, el izquierdo en tono rosa pálido. Dentro de la circunferencia se puede percibir un destello que proviene del centro. En dicho centro, en tamaño más reducido, un corazón también dividido a la mitad que, si nos fijamos bien, en realidad es una pequeña paloma de perfil. Están claramente formados (y representados) con la proporción áurea, e invertidos los colores, esta vez el lado derecho es rosa, y el izquierdo es blanco.
En la parte inferior, y recordando la teoría del color de Sir Isaac Newton, la luz, que ha atravesado el prisma, se ha convertido en un arco iris donde la gama cromática pasa de los tonos fríos a cálidos y viceversa.
Una superficie firme parece hacer de aposento de la esfera traslúcida casi flotante, a ambos lados de la esfera se aprecian colores oscuros, terrosos.
La característica destacable de esta obra viene por el detalle central, como si la artista quisiera representar una columna vertebral. Lo que si nos recuerda dicha columna es una perfecta espiral de la cadena de ADN, tanto en la parte superior como en la parte inferior del cuadro. Podríamos deducir una secuencia de la cadena con sus respectivas tonalidades.
Este dato no sería destacable si no fuera por el detalle que esta obra se pintó en 1915 y, aunque el ADN fue por primera vez aislado en el año 1869 por el biólogo suizo Frierich Miescher, la descripción de la estructura del ácido dexosirrivonucléico, es decir, ADN, no se comunicó hasta el año 1953.
Esta obra, como muchas otras suyas, tiene un cierto aire esperanzador, y también revelador, que nos muestra directamente lo terrenal y lo espiritual, lo femenino y masculino, la luz y la sombra, la dualidad existente en el cosmos, unido todo esto a su vez por una cadena longitudinal que parece ser el eslabón que lo conecta todo de forma coherente.
Sea como fuere, independientemente de si tenía o no dentro de sus visiones místicas la biología como fuente de inspiración, está claro que nos encontramos ante una artista capaz de enlazar ideas y transmitir un potente mensaje, que al final se reduce en lo que ella sentía y experimentaba a través de la espiritualidad.