Madame Cezanne
Hortense Fiquet posa en uno de los 29 retratos que realizó su marido de ella.
Cézanne pinta por enésima vez a su esposa Hortense Fiquet. A saber cuantas horas (semanas…?) tuvo que pasar inmóvil la pobre señora…
Madame Cezanne era una de las pocas personas que pudo aguantar el temperamento casi militar del artista, que no tenía prisa precisamente a la hora de pintar. Una pinceladita por aquí, otra por allá y la obra iba cobrando forma mientras los músculos del modelo de turno sufrían calambres y picores.
Si una mosca se posaba en su rostro, lo mejor era no mover ni una pestaña para no tener que repetir el proceso. O lo que era peor… recibir una de las legendarias broncas del postimpresionista.
Hortense es inconfundible: moño y raya al medio, ojos almendrados, nariz ancha y la poderosa mandíbula. Con las manos agarradas en el regazo, la mujer espera resignada a que el genio acabe.
Cezanne la pinta como si fuera una naturaleza muerta, con su estilo sólido que tanto impresionó a la siguiente generación de artistas que iniciarían el arte moderno (Picasso y los cubistas, por ejemplo…). Además, si nos fijamos, la pinta ligeramente inclinada, reposando en un lateral del sillón.