Noche de Carnaval
La ingenuidad del Aduanero resultó ser su principal virtud.
Se respira un aire de misterio en este paisaje invernal. Vestidos con disfraces de carnaval, esta solitaria pareja posa delante de los árboles estériles, en un fondo forestal casi caligráfico.
Anochece, y sale la luna, pero el satélite no parece iluminar demasiado. En realidad son las figuras las que parecen brillar desde dentro. Es casi una escena onírica, muy alabada por los surrealistas años después. Pintores como Magritte tomarían buena nota de este cuadro en concreto.
Este es uno de los primeros cuadros expuestos por el autodidacta Henri Rousseau, que no se dedicó a la pintura hasta 1893 (cuando tenía 49 años). Fue uno de esos artistas con muy poca o nula formación académica, pero por el contrario con una gran frescura, que es exactamente lo que necesitaba el arte moderno de finales del siglo XIX.
Por supuesto su arte, muy naíf (ingenuo) o primitivista, fue ridiculizado por muchos críticos. Pero esa ingenuidad formal unida a cierta sofisticación temática y compositiva acabaría influyendo notablemente en vanguardias como el fauvismo o el surrealismo, con el mismísimo Picasso a la cabeza.