El sueño
La jungla de sueños.
Rousseau pinta un gigantesco óleo de tres metros poco antes de su muerte, donde vuelve a mostrar uno de sus temas recurrentes: la selva, repleta de una exuberante fauna y flora de carácter exótico. Para ello, Rousseau se inspiró en sus paseos por el Museo de Historia Natural de París y su Jardin des Plantes.
Ya por el título podemos comprobar que Rousseau también se inspira en esa mina para el arte que es el mundo onírico, los sueños. El artista pinta a su amante Yadwigha desnuda en su sofá rodeada de plena naturaleza. Árboles y plantas, aves, un león y una leona, monos, un elefante, una serpiente, todos ocultos entre el follaje. Y más oculto todavía un flautista que toca su serenata.
La ingenuidad de Rousseau acabó siendo precisamente una de sus más poderosas virtudes. No tenía formación, no era en absoluto un virtuoso, la gente listilla de la época se reía de él por sus evidentes carencias en cuanto a chorradas como proporción o perspectiva, pero esto se acabó traduciendo en frescura y espontaneidad, y sobre todo en una de las cosas más importantes en el arte: Honestidad.
Un arte sincero el de Rousseau, y por tanto bello. Porque este cuadro, como dijo Apollinaire, irradia belleza.