Anticuario del puerto
Minuciosos sueños de mar.
Como si de una miniatura se tratara, Urbano Lugrís pintaba sus poéticos cuadros, incluso algunos de enorme formato. Se regodeaba en los detalles, en los objetos congelados de un camarote soñado por alguien, quizás por un viejo marinero o, como en este caso, por el anticuario del puerto.
En muchas de sus obras, Lugrís tenía verdadero horror vacui. Llenaba todo de cosas pertenecientes a universos ligados a los misterios del mar. Caracolas, barcos en botellas, catalejos y extraños artilugios marinos en habitaciones sin presencia humana alguna, que conforman escenas que pueden recordar algo a la pintura metafísica italiana, si cabe con más fantasía y ensoñación.
El arte de Lugrís era casi ingenuo, como el de un niño que juega a ser pirata. Pinto en gallego, razón por la que no puedo ser realista,
llegó a decir.
Eso no quita que Lugrís fuera un dibujante excepcional —y eso que era autodidácta y empezó tarde—, además de un intelectual buen conocedor de la historia del arte universal. Ese barrioquismo abigarrado está lleno de poesía e intimidad, evocando a la pintura barroca holandesa.
Su producción es abundante, recibía multitud de encargos. Su obra está muy presente en Galicia. Ahí lo tenemos en instituciones, fábricas, casas particulares y sucursales bancarias. Incluso llegó a decorar el yate de Franco. Por ello fue muy criticado y llamado despectivamente «pintor de cámara». Con retranca él contestaba: «no de cámara, sino de camarote».