Urbano Lugrís
España, 1908–1973
Urbano Lugrís, autodidacta, bohemio, particular, dandy, individual…
Hijo de intelectuales, por su casa pasaron gallegos ilustres desde niño. Poseedor de una enorme imaginación y gran memoria (dicen que se sabía la Odisea en griego) empezó a crear ya sus universos en la infancia. Y aunque empezó tarde a pintar, no paró hasta el día de su muerte.
Iba para perito mercantil en A Coruña pero en los años 30 se va a Madrid, a diseñar escenarios para La Barraca de Lorca. Se hizo íntimo de Alberti, Rafael Dieste y lo más granado de la cultura de esos años, pero la Guerra Civil paralizaría toda esa efervescencia.
Tras la guerra (en la que participó) funda la revista Atlántida, donde realiza numerosas ilustraciones. Ahí se pueden ver ya sus universos, ligados a los misterios del mar: buques fantasmas, caracolas, rosas de los vientos, camarotes y extraños artilugios marinos que pueden recordar algo a la pintura metafísica italiana, si cabe con más fantasía y ensoñación. Su obra es casi ingenua, como la de un niño que juega a ser pirata.
Como dibujante excepcional que era, se rogocijaba en los detalles, y trabajaba como un miniaturista incluso en sus enormes pinturas murales, caracterizadas por un barrioquismo abigarrado, pero lleno de poesía e intimidad que evoca la pintura barroca holandesa.
Un pintor de enorme producción, abundan en las casas gallegas sus encargos privados, y numerosas instituciones poseen sus obras, en especial las políticas y financieras, que expoliaron buena parte de sus pinturas.