Vista de Vigo
Entretejiendo realidad y fantasía, al estilo gallego.
El arte de Lugrís es producto de su tiempo. Al poco de sus inicios como artista en el Madrid republicano, en la elaboración de escenografías teatrales de grupos como «La barraca» de García Lorca, fue encarcelado como firmante del manifiesto de intelectuales y artistas a favor de la República.
Al ser liberado, recluido en su Galicia natal, entre el miedo y el silencio, comenzó una producción ingente de obras para sobrevivir. Desde pequeñas piezas y retablos, hasta grandes piezas murales. Muchas de ellas meras intervenciones alimenticias de las que no estaba orgulloso, más bien lo contrario, como recordaba Isaac Díaz Pardo en una de sus últimas entrevistas: Lugrís tuvo que hacer muchas cosas para poder malvivir: unas pintando murales en bares a cambio de que le dieran de comer, otras pintando cosas en centros oficiales que le reventaban. «Si mi padre viviese y me viese haciendo esto, me mataba», le escuché más de una vez.
El padre de Urbano fue el poeta Manuel Lugrís, uno de los popes del galleguismo.
Entre ellas podríamos mentar esta Vista de Vigo, uno de los cinco murales que decoraban las paredes del Gran Hotel de Vigo, del arquitecto Michel Paczevich, y que despegadas de las paredes del edificio en 1977, con mayor o menor éxito, fueron restauradas en 1991.
Como es característico en su pintura, Lugrís refleja un mundo producto de la evasión, en el que realidad y fantasía se entretejen a través de un dibujo preciosista lleno de colores luminosos, sobre un plano que comparte cierto estilo surrealista u onírico, especialmente por su etéreo estatismo, con la obra de artistas como De Chirico, Delvaux o Dalí.
Y es que esta vista de Vigo parece casi el decorado de un teatro, que tras el fin de la función, espera a que se eche el telón.