Los valores personales
René y sus obsesiones artísticas...
Bélgica, 1951
Un bodegón surrealista que es a la vez paisaje e interior.
Magritte juega aquí con dos constantes en su carrera (y en la de otros surrealistas):
El agigantamiento de objetos en contextos inesperados y la intromisión del exterior en el interior.
En ambos casos la sensación es de claustrofobia, y en este cuadro, una paradoja, ya que el cielo de las paredes alude al exterior, el lugar menos claustrofóbico posible.
No faltan tampoco magrittadas como reflejos en un espejo, misterios de lo cotidiano y la extraña sensación de que esas cosas están ahí por algún motivo ligeramente coherente.
«El arte evoca el misterio sin el cual el mundo no podría existir»