El árbol de la vida
Apoteosis del arte naíf.
Séraphine de Senlis fue una artista poco común.
Nacida en una familia humilde, se quedó huérfana muy pronto y trabajó como pastora, empleada doméstica en un convento y ama de llaves para las familias pudientes del rural francés.
Pero por las noches, a la luz de las velas y agotada por el duro trabajo, Séraphine sacaba fuerzas para dedicarse a una afición secreta: la pintura.
La artista tenía un estilo inédito hasta ahora en el arte: una pintura personal, autodidacta y sobre todo honesta. Inspirada por su fe religiosa, desarrolló un estilo naíf, colorista, extraño, espiritual espectacular… Las obras de Séraphine eran pura fantasía. Color estampado en lienzos que representan fascinantes arreglos florales.
Ella misma se preparaba los pigmentos con una receta secreta que nunca reveló a nadie. Aún hoy en día brillan.
El coleccionista Wilhelm Uhde descubrió su obra y promocionó a Séraphine, que empezó a tener compradores fascinados por su estilo ingenuo. Pero pese al éxito, Séraphine tenía problemas. Vivió internada el resto de su vida, sola en un psiquiátrico. Al morir fue enterrada en una fosa común.
Este Árbol de la vida (título creado por Uhde, ya que la artista no titulaba sus obras) alude al Génesis. En el jardín del Edén, junto al Árbol del conocimiento, se ubicaba el Árbol de la vida, símbolo de la vida eterna. Con este título se quiso dar a la obra una dimensión sagrada que casa perfectamente con el arte casi espiritual de Séraphine.