Otro autorretrato
Mirando adentro.
Otro inconfundible autorretrato más de Vincent van Gogh (en HA! ya llevamos unos cuantos comentados), y otro que es totalmente diferente al anterior.
El tema es el mismo: Vincent mirándonos, pero el artista hace cambios como variar la paleta, la pose, el fondo… Eso permite saber un poco más del artista y del momento en el que lo pintó. Cierto es también que Vicent documentaba casi cada día su trabajo en las cartas que le enviaba a su hermano Theo. Unos impagables documentos que son auténtico maná para un historiador.
Pese a las diferencias entre ellos, hay casi siempre algo que es un rasgo común en todos los autorretratos de Vincent van Gogh: es esa mirada imperturbable, («Prefiero pintar los ojos de la gente a las catedrales», escribió una vez Van Gogh a Theo), unos ojos que hasta podríamos decir serenos, tranquilos, quietos. Lo que se mueve siempre es lo que rodea al artista, pinceladas ondulantes, o como en este caso, puntos de color puro que dotan al lienzo de un dinamismo espectacular. Partículas de verdes, azules, rojos y naranjas muy intensos que parecen danzar alrededor del artista, y que de paso lo retratan como anillo al dedo: la cabeza de Vincent no paraba quieta.
En la época que pintó este cuadro todavía estaba empezando a ser el Van Gogh que todos conocemos y amamos. Había dejado su Holanda natal y se había instalado en París con su hermano. En esos dos años parisinos creó al menos (y que sepamos) veinticuatro autorretratos.
Se nota que Van Gogh estaba interesado en lo que se hacía en la ciudad en esos años, y casi podemos imaginar como se puso a pintar esto después de ver la técnica puntillista de Georges Seurat (ese mismo año había pintado Un domingo en La Grande Jatte). Pero mientras que Seurat trataba la pintura con fría objetividad, el arte para Van Gogh era un torrente de emociones,