
Paseo al crepúsculo
Satélite del amor.
La pintura de Van Gogh vibra cada vez más. En esos tiempos, el loco del pelo rojo convivía con terribles trastornos mentales y hospitalizaciones que acabaron con su trágico suicidio en 1890. Sin embargo, su arte está más fuerte, más expresivo, más agitado que nunca.
Lo vemos en este Paseo al crepúsculo, donde la agitación es tal que todo parece moverse. No sólo por las pinceladas, también por los colores fuertes y saturados al máximo. Vincent pinta un cielo un cielo nocturno con una luna estupefaciente,
como le escribió a su hermano.
Y bajo ese cielo alucinado de un atardecer febril, una pareja pasea entre los árboles. Es fácil identificar al hombre pelirrojo de mono de trabajo azul: es evidentemente un autorretrato. La mujer ya es más difícil… quizás su amiga Marie-Julien Ginoux (la Arlesiana), su prima Kee Vos o, casi lo más seguro, Margot Begemann, una mujer también holandesa, mucho mayor que el artista y que al parecer lo amó muchísimo. Lo acompañaba a menudo en sus sesiones de pintura al aire libre.
Margot también sufría de frágil salud mental y en una ocasión intentó suicidarse con estricnina mientras daba uno de sus muchos paseos con Van Gogh. Quizás aquí la recuerda años después, bañados por esa luna creciente que sustituye al sol moribundo en el horizonte, ese satélite del amor que por alguna razón tanto influye a poetas, artistas y demás gente sensible.