Puente de Narni
Amor a fuego lento.
Hay una joya en el museo del Louvre, quizás no tan fotografiada como la Gioconda, ni tan popular como La libertad guiando al pueblo, ni tan dramática como La balsa de la Medusa, ni tan exuberante como El baño turco…, pero este sencillo óleo sobre papel que representa el puente de Narni (en al región de Umbría, al norte de Roma) tiene un encanto misterioso y verdadero, de ese que sólo transmiten las buenas obras de arte.
Un paisaje pintado por Corot en su primer viaje a Italia, en realidad un boceto que quizás es de estas obras de arte que no dicen mucho en una primera impresión, pero que poco a poco van transmitiendo, poco a poco van enamorando, hasta que finalmente te atrapan y no te sueltan. Lo contrario a un flechazo, pero el doble potente. Amor a fuego lento.
Como por arte de magia, Corot fabrica luz en un lienzo, y pese a seguir —y muy bien, por cierto— las mismas recetas paisajísticas de siempre, recrea un paisaje extremadamente moderno por su espontaneidad y luminosidad. Asumimos que la obra fue pintada in situ, al aire libre («plein air»), algo que caracterizó al pintor y que copiarían los posteriores impresionistas.
Los restos de un puente romano sirven aquí casi como metáfora de una formación neoclásica del pasado que Corot respeta pero se ve obligado a superar.