Orfeo y Eurídice
Un amor infernal.
Esta obra es de Camille Corot, considerado uno de los mejores paisajistas franceses de su época, que habitualmente pintaba unos paisajes de ensueño, un tanto etéreos y con una luminosidad muy personal. En ocasiones interpretaba e integraba escenas mitológicas. Esta es una de ellas.
La historia de Orfeo y Eurídice es probablemente una de las más dramáticas entre los mitos griegos.
Orfeo, personaje fascinante considerado uno de los músicos más virtuosos de todos los tiempos, estaba profundamente enamorado de su mujer, la bella Eurídice. Era esa clase de amor verdadero que vemos en las películas.
Pero la fortuna no sonrió a esta pobre pareja, ya que un día una serpiente venenosa mordió a Eurídice, y esta murió en el acto, a causa del rápido efecto de la ponzoña en su organismo. Orfeo quedó tan destrozado por su pérdida, que incluso hizo algo inimaginable: bajar a los infiernos para suplicar a los reyes de este, con tal de recuperar a su amada esposa.
Decían que su capacidad musical, era capaz de amansar a las más feroces bestias. Y de hecho, consiguió enternecer a Hades y su mujer, Perséfone, los reyes del Inframundo. Le prometieron que Eurídice regresaría a la vida si a cambio él no se giraba para mirarla, no hasta que hubiesen llegado de nuevo al mundo de los vivos.
Y con ese tortuoso y arriesgado regreso entramos en esta obra de Corot.
Ha pintado un Inframundo muy diferente al que estamos acostumbrados a ver en otras obras, o simplemente el producto de nuestra imaginación. No es un paisaje oscuro o aterrador, y árboles u otras plantas crecen en él, es frondoso. Aún así, la luminosidad nos transmite cierta tristeza.
Orfeo, avanza delante, decidido, mientras sujeta su lira en una mano y la otra agarra a Eurídice de la muñeca, para mostrarle el camino. A lo lejos, las almas de otros fallecidos observan la escena.
Eurídice contrasta por su extrema palidez post mortem en comparación a su esposo. Hay algo en su actitud que ya es una pista, un indicio de que no acabará bien. Va rezagada, su vestido ondea de forma espectral, como afirmando que ya forma parte del mundo de los muertos y no de los vivos, no deja de ser un acto antinatural querer resucitarla.
Y sí, todo acabará en tragedia: Orfeo no pudo contenerse, y cuando ya llegaban a los confines que separaban a un mundo de otro se dio la vuelta ilusionado para contemplarla. Pero ella aún tenía un pie en el Inframundo. Se dedicaron una fugaz mirada cargada de tristeza y anhelo, y la figura de Eurídice se desvaneció en el aire.