Henry Ossawa Tanner
Estados Unidos, 1859–1937
Henry Ossawa Tanner fue el primer pintor afroamericano con reconocimiento internacional, llegando a recibir la condecoración de la Legión de Honor por parte de la sociedad francesa. Pero sus principios más humildes se remontan a Filadelfia, donde será el único estudiante negro matriculado en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania. Allí se formará bajo el rigor y el entusiasmo de Thomas Eakins, convirtiéndose en uno de sus alumnos más estimados y al que honrará con un fantástico retrato.
En la década de los 90 Tanner se trasladará a París, donde permanecerá la mayor parte de su vida y donde, lejos de la devastación y la hostilidad de una América recién salida de la guerra civil y aún marcada por el conflicto racial, podrá dedicarse con fidelidad entera a su pintura y a una meditación recogida y personal de la condición humana. Allí aprenderá también del historicismo, el costumbrismo y otras variantes del realismo francés. El éxito de sus primeras obras religiosas le permitirá ser patrocinado para viajar a Jerusalén y adquirir el realismo documental que deseaba aportar a sus pinturas bíblicas.
Tanner pintó también escenas de la vida cotidiana de familias afroamericanas, sencillas y humildes, pero con una suerte de sosiego acogedor y sagrado, que recordará el ambiente de sus pinturas religiosas. No cabe duda de que las circunstancias de Tanner y su atenta mirada a lo más profundo de las mismas le posibilitaron captar con exactitud ese espíritu de pobreza predicado por los Evangelios.
En 1895 atraviesa una crisis espiritual, que le llevará en su madurez artística y vital a entregarse y profundizar aún más enteramente en sus inquietudes religiosas. Quizá en añoranza de su padre, un obispo de la Iglesia Episcopal Metodista Afroamericana.
Las obras de temática religiosa de Tanner son únicas en su especie. Pocas obras han captado con tanta potencia el misticismo que envuelve a la narración del Evangelio y la espiritualidad cristiana. Cercano al simbolismo francés y al realismo norteamericano, en perfecta simbiosis, las escenas que Tanner pinta consiguen trasmitir desde esa encarnación realista y sencilla una aureola de irrealidad divina y profunda.
Probablemente sea uno de los más grandes pintores de temática religiosa del siglo XX. Y su Anunciación (1898), una verdadera obra maestra, acaso una de las mejores anunciaciones pintadas en la historia del arte, merecedora de estar junto a la humilde altura de la de Fra Angélico.