La anunciación
Misticismo de ébano.
Obra maestra de Henry Ossawa Tanner, pintor norteamericano, hijo de un obispo de la Iglesia episcopal metodista afroamericana y alumno de Thomas Eakins.
Entre realismo y simbolismo, perfecta simbiosis para expresar la dialéctica inherente a la religión del Dios encarnado; Tanner retrata a la que sea probablemente la virgen María más fielmente representada en la historia del arte. Una todavía niña, humilde, sola, recogida en oración dentro de una estancia sencilla y como enmarcada por las tres virtudes teologales, fe, esperanza, caridad; que desde la tradicional iconografía mariana se pintan simbólicamente en las vestimentas de la virgen con el azul, el verde y el rojo, pero que Tanner reserva para la ropa de la estancia, como queriendo transmitir más palpablemente la presencia de esos dos sentidos, el espiritual o simbólico y el histórico o real, presentando la naturaleza humana de la madre de Dios aún más encarnadamente vistiéndola de hebrea. La pureza de la virgen quizá esté también simbolizada con su correspondiente color en el blanco lecho en que está sentada.
Gracias al éxito de sus primeras pinturas religiosas expuestas en París, Tanner pudo viajar promocionado a Jerusalén para documentarse fielmente del realismo histórico que deseaba aportar a sus pinturas bíblicas. Poco después de su viaje pinta su excelente Anunciación.
Pero fue la espiritualidad viva del propio Tanner, alrededor de la cual peregrinó toda su vida, el verdadero elemento indispensable que le permitió trasmitir algo tan difícil de comunicar como es lo religioso. El fiel realismo histórico con que Tanner pinta la sencilla estancia no le impide, por ello, colmarla de un místico simbolismo perfectamente camuflado en lo visible, y que invita, como lo hacían tradicionalmente las imágenes religiosas, a profundizar en el misterio.
Así, tres tinajas distribuidas por la habitación son el único elemento decorativo. Pero acaso también un reflejo de la trinidad y del propio simbolismo de la virgen como recipiente o vaso sagrado de Dios. Del mismo modo, una pequeña luminaria encendida no es más que una lámpara, pero espiritualmente es también un símbolo de la humilde luz y centella de esperanza inconsumible que representa para el cristianismo María, la madre de Dios.
Sólo el Espíritu Santo a través de una luz deslumbrante, «rayo de divinas tinieblas», hace visible su invisibilidad. Conmovedor el gesto, con que Tanner pinta el rostro de María, que entre asustada y atenta contempla esa misteriosa luz con que ha sido despertada en la oración para recibir el anuncio de Dios.